Recuerdo el ruido y las esperanzas de entonces.  Era 1985. La llamaban Ley de la Rúa, porque el autor del proyecto fue el entonces senador del radicalismo, el mismo que terminaría en el catálogo de los peores presidentes de la Argentina.

La ley 23.184 llevaba el pomposo objetivo y título: “para prevenir y reprimir la violencia en “espectáculos deportivos”

Veníamos de los tiempos oscuros de la dictadura cívico-militar y entonces, millones de argentinas/os, creíamos que las leyes tenían un efecto mágico sobre culturas y pueblos.

Aprendimos la lección bastante rápido. Los asuntos que la democracia debe resolver tienen más que ver con las políticas de estado, las políticas públicas, los cambios de conciencia. Y no sólo con inventar nuevas leyes.

Otra enseñanza de esos tiempos fue comprender que la violencia no era sólo de las barras sino que atravesaba a toda la sociedad futbolera estimulada por la intolerancia de una camiseta contra otra y por el espíritu del aguante que se acentuaba en el hincha propio.

La cuestión no venía de las barras, venía de mucho antes. Y la dirigencia del fútbol y el periodismo deportivo, eran dos estimulantes tremendos a la hora de sacar lo  peor de los hinchas a escena.

Tiempo después, comprendimos otro factor esencial: el accionar de una policía que nunca se democratizó y era y es de las más corruptas del mundo. El coctel era demoledor. Las comisarías comprometidas hasta los huesos con los negocios de la violencia y con la impunidad dirigencial.

En cuestión de años se multiplicaron las muertes, los heridos, los episodios de sangre, las facciones de una misma hinchada. ¿ Y la ley?

Ahí estaba, con reformas que la endurecían. Vimos como los barras llegaban a las comisiones directivas y al manejo de la AFA. La ley demostraba que no servía para nada porque el fondo de la cuestión era otro: nunca habíamos educado a las diversas generaciones para convivir con otros hinchas, otros equipos, otros jugadores.

L prensa deportiva, en cambio, hacía todo lo contrario. Los violentos tenían micrófono, prensa, buen pasar y gozaban de trascendencia en los medios. Las cámaras enfocaban a las barras exaltando el color de las tribunas. Cuando había violencia, las cámaras del monopolio apuntaban para otro lado porque afeaban la transmisión.

Y hoy, cuando botellas y piedras surcaron los cielos apuntando a micro de Boca, a los jugadores de Boca, al presidente que amparó a Di Zeo cuando era presidente de Boca, y a la ministra de las balas fáciles, no se les ocurre mejor idea que endurecer más las penas ya endurecidas.

Se vienen días en que escucharemos por parte del periodismo la misma cantinela que en 1985. Funcionarios y legisladores – que incluyen a Scioli-  y que hablarán de “El mensaje del Ejecutivo es atacar a las organizaciones mafiosas y delictivas, que no son hinchas y ponen en peligro la vida de las personas que sí quieren ir a ver a sus equipos”.(tomado de la página de la Cámara e Diputados, sección Noticias) como si en la próxima fecha de nuestros torneos locales, viésemos a las plateas y tribunas populares repudiando el ingreso de las barras y dejando de aplaudirlas, como hacen cada santo día en nuestro país.

Con una técnica legislativa de niveles deprimentes ( hicieron un proyecto de ley sólo para el fútbol, olvidando las violencias del mismo tipo en otros deportes; hablan de penar a los “fundadores” de cada barra brava, impone penas a los procesados, aún sabiendo que es una aberración jurídica y ni siquiera señala si se trata de un procesamiento firme o solamente e que imponga un juez de instrucción)

Por eso el mamarracho es doble, un típico acto de fin de año, sólo para la tribuna electoral. Propio de épocas en que algunas y algunos creen que Bolsonaro se candidatea en la Argentina.

Las barras y las multitudes que apoyan a esas barras (corazón de gran problema argentino) lamentablemente le demostrarán a esta ley, que es pura cháchara para las infelices ambiciones de reelección de unos cuantos.