El sincericidio, instrumento confesional del ser humano, que en la Argentina tuvo una de sus mayores expresiones cuando el burócrata sindical de la derecha Luis Barrionuevo dijo en los noventa que “tenemos que dejar de robar dos años”, pegó un salto hacia lo deportivo pocos días atrás. El ex presidente de San Lorenzo, Fernando Miele, confesó en Radio Mitre que “Después de que me fui, hubo 12 años desastrosos en San Lorenzo. Es una forma de decir, pero diría que me arrepiento de no haber robado plata en San Lorenzo, fui muy honesto”.

Muy pedagógico, el dirigente que también integró el Comité Ejecutivo de la AFA en los malditos tiempos grondonianos, puso más claridad aún a las veteranas sospechas de una dirigencia que- mayoritariamente- da asco en el manejo de las instituciones deportivas en la Argentina. Generalmente copadas por empresarios, las presidencias de los clubes abundan en malos ejemplos y la mayoría del periodismo argentino los trata cual caballeros laboriosos que jamás han caído en las garras de los pecados capitales.

A veces fascinados por conseguir una frase rimbombante, se olvidan el quién es quién. Y así en el rebote de esta nota que se reprodujo por todos lados, los medios olvidan que don Miele estuvo a punto de entregar a San Lorenzo a las verdes manos de una empresa privada para que manejara pases, negocios y demás asuntos de un San Lorenzo sufriente.

Por suerte los hinchas de San Lorenzo no olvidan a Miele y la mayoría de apuntadores en las redes sociales cuentan todo lo malo que hizo y recuerdan cómo, desde Canal 13 y Fútbol de primera, un recontraalcahuete de la dirigencia, el relator Marcelo Araujo, pedía por la pantalla del monopolio, que el estadio nuevo azulgrana llevase el nombre de estadio Fernando Miele.

Generalmente presuntuosos, efímeros y de muy pocas virtudes, los máximos dirigentes del fútbol son mal recordados. Por eso ese “fui muy honesto” de Miele desata tantas broncas. La honestidad no se mide por cuentas más abultadas o no, o por empresas off shore en los paraísos fiscales, también se cuenta por lo que se habla.

Y Miele  vino a decirnos, en marzo de 2019, que estaría bueno meter la mano en las latas de los clubes.

¿Son todos así?

No, por favor. Para muestra, basta también dirigirse al otro periodismo. En el semanario Tiempo Argentino del último domingo, dos ejemplos: Federico Amigo rescata la tarea de los dirigentes de la Comisión de Derechos Humanos de Banfield que empujan la campaña para restituir la condición de socios a los hinchas del club desaparecidos durante la última dictadura cívico militar. O Nicolás Zuberman, que pinta en una nota el despliegue silencioso de la subcomisión de beisbol de Ferro empeñados en conseguir, vía algunos venezolanos que llegan a la Argentina, el caudal técnico necesario para contagiar entusiasmo a los jóvenes argentinos dedicados a este deporte.

Hay mucha gente laburando en la base de los clubes sin los esperpentos ni las picardías de Miele. Y muchos periodistas jóvenes dispuestos a contar las movidas que valen la pena en los clubes, Movidas como las de este jueves en la Biblioteca Soriano sanlorencista, que apuntan a derrumbar la violencia patriarcal en el fútbol.

Y del otro lado, periodistas como Fernando Niembro, hablando la semana pasada en la radio con su equipo sobre… el tamaño del pene de Messi.  Una brevísima secuencia del periodismo que alguna vez se mandará mudar.