Hay quienes se desviven por patentar “la frase”. Vamos a hablar de una. Que puede pasar inadvertida para la mayoría de los periodistas deportivos de hoy. Pertenece a Guillermo Madero, Director de Seguridad en Espectáculos Futbolísticos, a quien un grupo de legisladores invitó a exponer la semana pasada en el Congreso en el marco por el debate de la llamada Ley Anti-barras.

Madero aseguró estar en "deuda con la gente" y calificó así a la situación: "El problema más grande de la violencia en el fútbol tiene que ver con la barra brava vinculado al crimen organizado. La barra brava es un grupo criminal que hay que extirpar como si fuera un tumor, pero primero lo tenemos que tipificar".

La utilización del cáncer como elemento a extirpar es una metáfora que las sociedades suelen repetir para expresar sus deseos de terminar con un problema. En los 60 y los 70, las principales cabezas de la represión estatal acudieron durante años a esta figura para referirse a la subversión, el terrorismo, la guerrilla, el marxismo, el comunismo, el socialismo y tantos otros ismos que se sumaban a la extensa lista.

Fue la antesala de la barbarie. La llamada “acción sicológica”. Tanto se creyó la sociedad que el cáncer era cuestión de un cirujano que llevase adelante la extirpación que cuando el cirujano entró con la guadaña, nadie se preocupó por los ríos de sangre.

Hasta que un día fue tarde. Treinta mil desaparecidos, miles de presos políticos y las más terribles violaciones a todos los derechos humanos.

Madero tiene derecho a elegir las metáforas que quiera. El periodismo tiene la obligación de marcar los caminos incorrectos para evitar que funcionarios sedientos de sangre o de injusticias quieran ganarse un lugar en la historia a punta de violar las leyes y el respeto a los Derechos Humanos.

La discusión sobre nuevas leyes represivas o la toma de originales medidas para avanzar en la lucha contra la violencia en los espectáculos deportivos toma cuerpo en este 2019 de sufrimientos.

Al compás de “un reclamo de mayor seguridad”, el fútbol vuelve a la calesita de los intentos por frenar la violencia.

Si miramos 40 años para atrás, debe ser el intento número 40 del mismo tono.

Y si en algo la dirigencia política y la dirigencia del fútbol no han acertado es en comprender aquello que estas columnas han señalado mil veces: ¿para cuándo las intensas campañas educativas que enseñen a terminar con las intolerancias futboleras o deportivas?

El origen de las agresiones es el odio que se fomenta en cada uno de los espacios que el fútbol fue generando. Las barras  bravas son uno de los canales de expresión de ese odio. Quizás el más visible para la gran prensa porque ocurre en las tribunas de los estadios.

Pero por sólo hacernos una pregunta de las cien que componen el análisis completo del asunto “violencia en elfútbol”: ¿Qué vamos a hacer con la imposibilidad de que en la Argentina los hinchas de un equipo transiten por la misma vereda del equipo rival en las cercanías de un estadio?

Quizás en 90 días (así lo anunciaron hace siete días) tengamos una primera respuesta si la AFA y la Aprevide implementan en los estadios de la provincia de Buenos Aires el ingreso de los hinchas con la tarjeta FAN ID que detectaría el intento de ingresar a las canchas de quienes han generado episodios de violencia.

¿Será la primera obra del cirujano?

En la Argentina se han probado todas las recetas. Menos una. La educación del hincha.

La ignorancia del periodismo, o el silencio, evita dar noticias de escenas que ocurren cada fin de semana en decenas de estadios del país que no forman mapa del fútbol de Primera.

Ir a la cancha en paz no es asunto fácil en nuestras tierras. Y no es un problema de tumores.