Ni la derrota dignísima ante España de nuestros basquetbolistas, ni el dolor por la noticia de la muerte de Enrique Rodríguez, el mejor periodista dedicado al deporte olímpico y amateur, cambiarán esta sensación extraña del fin de semana.

Porque es la dignidad, la sencillez y el empuje que viene desde debajo de cada uno de los protagonistas mencionados, aquello que transforma desalientos en esperanzas.

Para quienes escucharon al entrenador de la selección nacional de basquetbol, Sergio “Oveja” Hernández, después de la final, todo les habrá parecido de otro país: “En el partido, España nos dominó de punta a punta, fue muy superior, tiene un equipo tremendo. No tenemos excusas: no estábamos cansados, no estábamos desmotivados, estábamos sanos, con la ilusión, preparamos el partido. Por lo tanto, todo lo que sucedió fue mérito de España”. Inmediatamente, destacó las conclusiones de dos semanas en China: “Para resumirlo: creo que hoy no perdimos el oro, ganamos la plata. De eso no tengo absolutamente ninguna duda. Esto que acaba de ganar la Argentina es histórico, es motivo de orgullo. Es algo para que reflexionemos nosotros antes que nadie: cuando hay un compromiso, trabajo y apoyo, y se hacen las cosas bien, se consiguen los resultados. Nosotros las hicimos bien”, 

¡Un entrenador celebrando un segundo puesto! Esto para la Argentina de hoy, que navega entre los ultramontanos individualistas y resultadistas que gozan sólo con oro, y los solidarios del juego limpio y colectivo, es música de la más bella.

El equipo de Scola ha sido el ejemplo del deporte en su esencia uno. La competencia sencilla, sin odios ni artimañas, ni intolerancias que se asomen. El profundo respeto por el juego y por una diversión que, en la medida de lo posible, nos recuerde que en el deporte se puede trabajar como si todo fuese un juego.

Ya pasó lo peor del maltrato de aquellos periodistas que, vestidos de ignominia, desprecian los deportes como el básquetbol, pretendiendo que adoremos al fútbol como al único valor del planeta deporte. La escena de Horacio Pagani en TyC y la respuesta que le dio Chapu Nocioni forman parte de las lecciones que la prensa deportiva debe guardar en su archivo. Ojalá triunfe el hartazgo por esa forma de ejercer el periodismo desde la cómoda sillita del panelista que grita y cancherea; así de una vez por todas las malas caras de una prensa que se cree jugador-entrenador-sabelotodo, se terminan al fin.

Y surgen otras voces. Seguidoras del ejemplo que nos marcó Ernesto Rodríguez III (así se dice), el periodista que falleció el pasado viernes. Profesor en la escuela privada Eter, se descompensó allí por un ACV y nos dejó.  Mientras sus ilusiones por desparramar investigaciones y libros aún retumban, este joven periodista iba a concurrir al Congreso Play The game, en Colorado Springs, Estados Unidos, un espacio para aquellos que denuncian corrupción y manejos turbios en el deporte profesional. Será la ausencia más sentida. Allá y aquí.

Ernesto, citado muchas veces en esta columna, era el número uno en deportes olímpicos y su cuenta de Twitter mantenía el orgullo de ser fuente de consulta permanente para colegas que aprendían aquello del “periodismo de investigación” en el deporte. Algo que nuestros panelistas futboleros de la TV opaca ni conocen, ni registran en sus cerebros.

Hoy lo lloran basquetbolistas y atletas, nadadores y ciclistas. Quizás algún futbolista.

Como los hombres de la medalla de plata, merece el más alto reconocimiento. Con poco hizo más que miles.