¿Para qué sirve una final de un campeonato si la mayoría de un pueblo no la ve? Bajo la noche del sábado, los deteriorados ojos de las y los hinchas de River no podían creer las pálidas imágenes de un equipo que balbuceaba en Tucumán.

Eran unos cuantos miles de hinchas amontonados en las privilegiadas casas que pagan el abono a los ahora monopolios deportivos de la pantalla. Otros miles, se mordían las uñas en los bares mientras se asomaban a una de las más tristes semanas que vendrán. Otros, sólo veían tribunas con banderas; otros más, ni siquiera eso.

Al mismo tiempo, en la Bombonera, el gol de Tévez trastocaba los horóscopos de un noventa por ciento de los periodistas deportivos que en la semana aseguraban, con toda buena fe, que River era el favorito. (ver la encuesta interna de los cronistas de la Oral Deportiva). Pero las burbujeantes escenas de la cancha de Boca, sólo se impregnaban en los privilegiados espectadores del estadio y los privilegiados dueños de la otra parte del abono del cable. 

Los acontecimientos de esa noche de sábado fueron inigualables. Pero las jugosas lecciones que cada fin de semana nos brinda el deporte, los espejismos de gloria y pesadillas que abundan en las canchas, los quiebres inesperados que hacen de la vida una maravilla, todo eso y mucho más le fue negado a la mayoría de las/los argentinos.as

¿Y ahora?

Ya saben ustedes que el mal se apoderó del periodismo hace mucho tiempo, cuando don dinero se metió entre nosotros. Para el fútbol, bajo el concepto de “derechos de televisación” se ahogó la democracia del espectador bajo la consigna “si querés verlo, pagá un poco más”.

Esa descomposición del derecho a la información y del derecho a la comunicación en la Argentina, que se consumó en los 90 y se montó al espanto del período 2015-2019, logró , el pasado sábado, esa insoportable violencia de mezclar silencio y censura: las grandes mayorías condenadas a no mirar el momento más alto de la expectativa deportiva en la Argentina. Un final de campeonato que puede consagrar a River o a Boca.

De las muchas formas que la vida tiene para brindar alegrías a los pueblos, unos pocos millonarios han elegido cercenar una de ellas y de la peor forma: poner una venda sobre la maravilla de las imágenes de dos partidos de fútbol para que no pudiesen gozar de la riqueza de una victoria, y de la riqueza de una derrota.

Vale la pena que un periodista le pregunte a un funcionario ¿hasta cuándo duraré el tormento de un fútbol para pocos?

Ojalá el rumor del regreso de un poco de fútbol para todos gratis no sea delirante.

No merecemos el triunfo de la sociedad mercantilista sobre aquella épica deportiva y digna de la noche del 7 de marzo de 2020.