Hay un momento en la vida en que los periodistas en vez de solucionar problemas los crean. Este es uno de ellos. Todas las cuestiones del coronavirus que se debaten en la TV y en la radio (por citar sólo dos de las fuentes mediáticas más seguidas) tienen a un protagonista o una protagonista de nuestra querida profesión desparramando desconocimientos.

Como en aquella colorida enciclopedia de Larousse (“Lo sè todo”) hay cada papanata que pretende analizar un virus, una pandemia, cual si hubiese estudiado epidemiología en 10 minutos.

Ni en la Argentina ni en el mundo existe hoy una cena, almuerzo o merienda donde los seres humanos no hablemos del coronavirus.

Pero eso no le da derecho a Oscar Ruggeri el panelista pago del programa 90 minutos a opinar sobre recomendaciones en el campo de la salud.

Hasta el Pollo Sebastián Vignolo queda como un tipo coherente cuando en el mismo programa, le retruca a Ruggeri “Yo no quiero opinar sobre un tema que no conozco”. Aprendé Ruggeri.

Es cierto, las redes sociales ayudan a empeorar las cosas aún más al ser vehículos de los consejos insensatos de los tontos que rebuznan al repetir la voz de periodistas pelmazos.

Ahora por ejemplo, se discute la medida de permitir o no que jueguen al fútbol a puertas cerradas. Si hay o no que mandar los partidos por la TV pública, o si tiene que pararse el país deportivo. ¿No es preferible escuchar a quienes atraviesan esta etapa con días o meses de ventajas sobre nosotros?

¿O simplemente a quienes desde la salud pública enfrentan directamente a estos virus u otros similares?

Miles de médicos médicas y trabajadores de la salud de diversos países muy golpeados, advierten sobre los colapsos de los sistemas sanitarios y dan las advertencias para que a “los que siguen”, es decir a nosotros, nos pase la menor cantidad de desgracias que a ellos.

Las recomendaciones que sirvan de punto de partida, dictadas por especialistas, deberían ser los ejes de las actividades periodísticas y periodístico-deportivas de estas semanas.

El sensacionalismo, esa enfermedad del periodismo que se ha convertido hace muchos años en pandemia, se frotó las manos esta semana cuando la dirigencia de River tomó la decisión de no jugar ante los tucumanos y cerrar el club desde el sábado 14 de marzo. Hacia ese lugar del debate, pero para pintarlo de escándalo, partieron buena parte de los periodistas deportivos y gran parte de la prensa. La consigna fue, como siempre, mientras más escándalo mejor. Hagamos que los dirigentes de los clubes y la AFA se peleen.

Mientras el coronavirus avanza.  

El mundo la está pasando mal, y aquí las cosas empeoran. Pero el mundo del deporte (que incluye a la prensa) agrega más confusión a la confusión universal. Casi como siempre.