CIFRAS, ÉXITOS, ESTRENOS
Argentinísima  

Tierra sublevada oro impuroLas viuda de los juevesPor: Javier Porta Fouz. En el mismo jueves se estrenaron las nuevas películas de un director que llevaba cientos de miles de espectadores en los ochenta y del director más exitoso de los noventa. Unos días antes, la película de uno de los directores más exitosos de esta década superaba el millón de espectadores. Esta columna les cuenta sobre una película urgente, un dato erróneo y una película lamentablemente catastrófica.

1. La urgente. Tierra sublevada: oro impuro (primera parte de un díptico) es la nueva película de Pino Solanas, por un lado líder del creciente partido político Proyecto Sur (la gran sorpresa de las últimas elecciones legislativas), y por otro uno de los directores con más trayectoria en el cine argentino. La hora de los hornos (co dirigida por Octavio Getino, de 1968) es una película insoslayable en cualquier estudio histórico del cine político mundial, y sus títulos de los ochenta como El exilio de Gardel y Sur captaron el clima de la época y llevaron cientos de miles de espectadores. El exilio de Gardel, por ejemplo, fue vista en Argentina en 1986 por 550.501 personas. Luego de una errática década de los noventa con las muy recargadas El viaje y La nube, en estos últimos años se ha dedicado a hacer documentales. El año pasado su película sobre el estado de los trenes argentinos, La próxima estación, fue un éxito y provocó –al menos por un tiempo– que la situación ferroviaria del país se discutiera en algunos medios. Tierra sublevada: oro impuro es menos prolija, menos sólida en su estructura y cinematográficamente brilla menos que La próxima estación. Más allá de eso, Solanas logra sintetizar y acercarse a situaciones complejas, y las imágenes de las minas a cielo abierto y de la tierra corroída son de una potencia innegable, y su urgencia y su valentía para denunciar escándalos ecológicos, políticos y económicos la convierten en una película potente e insoslayable.

2. El error. El secreto de sus ojos de Juan José Campanella sigue su camino exitoso y ya superó el millón de espectadores. En varios medios se ha citado “un informe del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA)”, que supuestamente dice que El secreto de sus ojos ya superó, por ejemplo, a La historia oficial (“899.940 asistentes”). Si el informe dice eso, es un error. La historia oficial hizo 899.940 espectadores en 1985 (el año de su estreno, en el que fue la película argentina más vista, seguida por Mingo y Aníbal contra los fantasmas), pero sumó 820.538 espectadores en 1986, año en que ganó el Oscar a la mejor película extranjera. Bueno, dicho eso, comento –de memoria– que otro dato está también equivocado. Según dicen que dice ese informe, La ley de la frontera de Adolfo Aristarain hizo 1.610.322 espectadores. Bueno, no, ojalá los hubiera hecho, pero no estuvo ni cerca de esa cifra. En fin, hechas las correcciones al “informe”, pasamos al estreno más publicitado de esta semana.

3. La lamentable catástrofe. Marcelo Piñeyro es un director argentino que supo tener el secreto del éxito en los noventa sobre todo con Tango feroz (que casi por sí sola dibujó un espejismo de cine nacional exitoso en 1993) y Caballos salvajes. Luego de esas dos películas, de impacto inmediato y un tanto banales (algunos diálogos de Caballos salvajes: “se llamaba Clara, y era luminosa”; “¡la puta que vale la pena estar vivo!”), Piñeyro empezó a vestirse de cineasta serio. Civilizado y reflexivo, encantador para el diálogo y un caballero para discutir sus películas, Piñeyro siguió con Cenizas del paraíso (con la demasiado obvia y demasiado directa escena de Cecilia Roth mirando chicos revolviendo la basura), Plata quemada, Kamchatka y El método. No vi El método, pero de todo el resto posterior a Caballos salvajes lo que más me gusta son las secuencias de acción de Plata quemada. Me parece que ahí es donde Piñeyro demuestra sus virtudes; no en los diálogos, no en la construcción de ideas (¡ay el montaje iglesia-baño de Plata quemada!), no en un cine de apariencia reflexiva. Ahora llegó Las viudas de los jueves, muy fallida e incluso mucho más banal que sus dos primeras películas pero sin su ritmo narrativo, sin su impacto (¿qué dice sobre qué cosa Las viudas de los jueves con su parsimonia?: el paralelo entre la vida en el country y “el afuera” de diciembre de 2001 es de un simplismo y de una superficialidad llamativos). Recién al final, cuando al menos un auto se mueve y algunos personajes se deciden a moverse, la película parece cobrar vida. Por supuesto que no toda película debe ser vital, y algunos cineastas han construido grandes carreras filmando con rigor la abulia de su época (Antonioni, por poner un nombre). Pero Piñeyro no parece ser el indicado para la tarea: su idea de un cine “seco” –sin tanta música, por ejemplo– choca contra escenas obvias que se apilan una tras otra (véase la “confesión” de Alterio y la lentísima apertura del encuadre que nos dice algo que está muy pero muy lejos de ser una revelación); algunos inserts en medio de diálogos cortan cualquier tensión (un ejemplo: en la cena final de las mujeres, el insert de Gabriela Toscano cuando dice “uno les da afecto, la mejor educación” corta la tensión Carrá-Celentano); las actuaciones que extrae de gran parte del elenco (salvo de Sbaraglia, y algunos momentos de Toscano y Viale) anulan la credibilidad que necesita el tipo de cine al que apunta el realizador. Sobre todo Echarri, Botto y Carrá actúan en un doble registro: por un lado componen a los personajes desagradables que les tocan en suerte, pero por otro parecen actuarlos entre comillas, como si en una dimensión gestual, en la inflexión de sus voces, nos estuvieran diciendo que ellos (los actores) no son igual de basuras que sus personajes (otro ejemplo de esta actuación entre comillas que les intento describir lo pueden ver en Quémese después de leer de los hermanos Coen, en donde Pitt y compañía hacen de seres bastante tontos pero los actores parecen querer decirnos todo el tiempo que ellos no son así de pavotes). Hay muchos otros problemas en la película, pero cierro acá. Sinceramente, espero que Piñeyro se decida de una vez por todas a convertirse en un buen director de cine de acción, como insinuó en Plata quemada, o como se entreveía en Caballos salvajes detrás de la hojarasca de unos diálogos imposibles que se gritaban de manera desaforada. Incluso esos gritos y esas intensidades se extrañan en Las viudas de los jueves, que cree que bajando el volumen se hace profunda. A veces, el tono apagado y el susurro son más vacíos –y, sobre todo, más tediosos– que un remolino de sentencias de póster.

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