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Por: Javier Porta Fouz. Goyeneche cantaba que “vivir es cambiar, en cualquier foto vieja lo verás”. Cambio. Me mudo. Y me puse a pensar en las mudanzas en el cine. A pensar velozmente, porque cuando uno se muda no tiene tiempo para revisar películas.

Las mudanzas en el cine suelen no contarse en tiempo real (gracias por las elipsis), y muchas veces están ya consumadas. Vemos algunas cajas o canastos todavía embalados, una casa en la que pisan con cuidado y expectativa, y ya sabemos que los personajes se acaban de mudar. Si se trata de cine estadounidense, al otro día del arribo a la nueva casa muchas veces vemos a un o a una adolescente que va por primera vez a un colegio en el que será el nuevo o la nueva.

Otra variante de mudanza muy usada es la llegada a la nueva casa (vieja, con historia, pero nueva para los personajes) en las películas de terror: una familia llega y es normalmente el padre el que quiso mudarse, casi siempre porque era “una buena oportunidad”. El cuarto de los niños o de algún niño o de alguna niña suele tener algunos tules de más, o algún muñeco nada amigable que uno no tendría en su casa. El piso, además, cruje, y suele pasar también que los dueños o inquilinos anteriores han dejado una ventana abierta. Otro condimento suele ser algún animal muerto, preferentemente una rata o un pájaro. Invariablemente, un plano muestra en contrapicado el frente de la casa que, obviamente, no es de estilo arquitectónico moderno.

El camión de mudanzas aparece, pero casi siempre de salida, cuando se cierra su puerta (de madera) o sus dos puertas (de metal). Es raro que se cuente el proceso físico de las mudanzas, o el proceso mental. Sí, claro, la búsqueda de casas es material cinematográfico, la visita a diferentes propiedades en serie. Y en el cine las casas en venta o para alquiler suelen estar deshabitadas, cosa que ocurre con mucha menor frecuencia en la vida real. Las visitas a propiedades son muy útiles para secuencias de montaje, o para que se conozca la gente. Muchos personajes cinematográficos del cine estadounidense son agentes inmobiliarios.

También están las mudanzas intempestivas, pasionales, por peleas de pareja. En algún momento, un personaje saca del placar una valija. Lo hace velozmente, la valija siempre está fácil de encontrar y, milagro, no tiene otras valijas más pequeñas adentro. Claro, si el personaje es un personaje enojado, lo mejor y más fluido en términos de narrativa es que haga todo rápido, y que la ropa que se quiere llevar esté bien planchada y accesible. La ropa que se muestra son habitualmente camisas, y es muy raro que aparezca ropa interior.

Un gran momento de “me voy del hogar” está  en Heat (Fuego contra fuego, de Michael Mann) cuando Al Pacino, ante el descubrimiento de que su mujer lo engaña, con el amante ahí sentado, dice –pistola a la vista– que pueden hacer lo que quieran, pero no pueden mirar su “puto televisor”, y desconecta a lo bestia el feo aparato y se lo lleva. Una película sobre decisión de mudarse y la adaptación al nuevo lugar es la recomendable We Bought a Zoo (Un zoológico en casa, de Cameron Crowe). Y un título que me gusta es Demain on déménage (o sea, “mañana nos mudamos”) de Chantal Akerman, que vi hace algunos años y me gustó pero que casi no recuerdo. Me gustaría volver a verla pero hoy no puedo: mañana nos mudamos.