turquía en elecciones

Por Cicco. No bailan en lo de Tinelli. No son mitad candidatos, mitad payasos. Si bien estudian, como corresponde, las encuestas, cada uno es fiel a los lineamientos de su partido. Y no venden su alma al Diablo con tal de arañar a último momento, un puñado de votos. En Turquía este año también hay elecciones -para más precisiones, son el próximo siete de junio-. Vengo de allá, y le digo algo: los políticos allá son cosa seria.

 

Vaya a saber cuándo le perdimos el respeto a nuestra clase política. Si fue, como parece, con el 2001 y el que se vayan todos o fue antes, con el menemismo, y las Ferraris, la pizza y el champán.

Es llamativo: en Turquía, a los políticos se los critica, se los elogia o se los descarta, pero, mire qué curioso, se los respeta. Hay denuncias mediáticas muy serias pero vertidas con cautela.

Allá los candidatos, desde el más conservador hasta el más progre, visten traje y corbata, y parecen directores de escuela -de hecho, muchos fueron docentes universitarios-. La edad promedio de los candidatos a primer ministro, supera los 60 largos.

Las campaña por las elecciones parlamentarias donde se renovarán 550 bancas, desbordan las calles. Hay, claro, cartelito, cartelote. Banderita. Y banderazo colgando de los edificios de la bella y misteriosa Estambul. Pero los candidatos tienen la mesura y la prudencia que da el tomarse el asunto con seriedad. El mayor acto de rebeldía al protocolo que ví en dos semanas de estadía en el país, fue un candidato que, en un acto, se le ocurrió regalar rosas. Y otro que, para sellar el carácter nacionalista de su partido, en lugar de la luna tradicional turca, le sumó otras dos lunas más a la bandera. Un loco bárbaro.

Turquía es, desde hace tiempo, un país partido en dos. Aquellos que apoyan la república reformista de Ataturk -quien abolió, asesinó y enterró las raíces islámicas del país-. Y aquellos que añoran un regreso al islam, tal como se vivía en tiempos del Imperio Otomano. Mientras algunos plantan el busto de Ataturk amenazante en cada nuevo edificio. Otros, buscan que los valores del mundo islámico, regresen de una buena vez a salvarlos del contagio de Occidente -de hecho Estambul está emplazada en el medio de dos continentes, todo un símbolo-.

Ya lo dice el refrán: cada país tienen los gobernantes que se merecen. Es por eso que, cualquiera de los candidatos a ocupar el cargo de primer ministro en Turquía, a nosotros nos parecerían de otro tiempo. Un voto perdido. Una moda de antaño. Un candidato turco, pongamos al primer ministro que se postula para la reelección, Ahmet Davutoğlu, los medios le tomarían el pelo por su mostacho. Los caricaturistas le darían -de nuevo- un espíritu felino a su jopo. Ahmet habla cinco idiomas. Y tiene master en administración pública y phd en ciencias políticas. Pero eso aquí a nadie le importaría. Con esa pinta, qué importan los títulos, o si fue jefe de departamento de relaciones internaciones en la universidad, o si fue columnista en el diario más importante del país, con esa facha, los argentinos lo tomaríamos para la chacota. En fin, gente demasiado seria para gobernar un país, desde hace tiempo, mareado en el trencito sin marcha atrás, de la joda.