keith richards

Por Cicco. Hay músicos que, en 23 años de vida hacen una carrera, se consagran, y hasta se dan un tiempo para morir jóvenes y eternos como leyendas. Keith Richards, por si tiene alguna duda el mejor de los Stones, en estos últimos 23 años, como solista, no hizo nada. Pero nada de nada. Excepto, claro, “Crosseyed heart”, el disco que acaba de salir. Y eso, mis amigos, es suficiente.

 

En las portadas, está siempre igual: siempre arrugado. Alguna gente es siempre joven. Keith es eternamente viejo, eternamente hecho bolsa, pero aún así, eterno, marmóreo. No hay soplete que le borre la sonrisa. Keith nació anciano. Si hasta cuando uno ve las fotos de la primera época de los Stones, Keith tiene esa la mirada lánguida de nicotina, llena de tiempo.

Tercer álbum de su carrera solo, y a Keith todo le pasa por el reverendo rabanito. Se cayó de una palmera y casi muere. Apareció en “Piratas del Caribe” y se parodió a sí mismo, publicó sus memorias donde nadie puede entender cómo salió vivo de todo, y hasta habló de la entrepierna de Mick
Jagger, todo sin soltar el vaso de vodka.

Tiene 71 pirulos y sigue rascando la guitarra como nadie en el rock. Sí, dijimos rascar. El resto rasguea, pero Keith la rasca. Y nadie la rasca como él.

Richards dejó pasar 23 años, creemos aquí, para que la gente valorara en su justa medida su último disco: “Main offender”, sin dudas, el álbum de rock más vigoroso de los ’90. No vamos a discutir aquí sobre esto. Escúchelo y luego postee.

Algunos dicen que canta como el traste. Que por eso encaja tan bien con la voz musculosa de Jagger. Puede ser y eso no nos importa. Lo hemos visto tocar y cantar solo en Vélez -¿o fue en Ferro?-, cuando llegó años antes que los Stones a dar su primer show en la Argentina, con vinchita onda Karate Kid. Y sí: la voz se perdía, se desdibujaba en medio de ese tanque de guerra que es su banda los X pensive winos –tiempo atrás,Andrés Calamaro contrató al batero Steve Jordan para su disco “Alta suciedad”, y Jordan se aburrió tanto que amenazó con renunciar-. Pero la música de Richards es un estandarte, es el árbol que acobija a todo lo que viene en nombre del rock.

Si los Beatles son el laboratorio de experimentación de donde sale el sonido que se desparrama por doquier a lo largo de los siglos. Richards es el banco de sangre que hará que todo eso sea posible. No me salió buena la comparación, pero se entiende ¿no?

Lo queremos a Keith. Y queremos su tercer disco, que homenajea de arranque al blues río arriba de Robert Johnson, comparte dúo con Norah Jones, se da tiempo para colocar un reggae del gran Gregory Isaacs –siempre lo hace-, y le mete púa en 15 canciones que tardaremos, otros 23 años en apreciar como se deben. En estudio, es cierto, su voz tiene un candor íntimo, hasta dulce y añejo, que en escena se empaña. Así que nada mejor que escuchar a Keith en estado puro: atrapado por lo único que lo puede atrapar en este mundo, un estudio de grabación.

Ah, el tercer disco solista llega con estreno de documental: “Under the influence”. “En una vida llena de tumulto”, dijo el director Morgan Neville, “Su música es lo único que se ha mantenido verdadero”.

Lo queremos a Richards. Y, bueno, a Jagger no tanto.