REEDICIÓN DE CONCIENCIA Y ESSTRUCTURA |
Un asombroso argentino |
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El tercer Masotta
Con el relanzamiento de Introducción a la lectura de Jacques Lacan y Sexo y traición en Roberto Arlt, Eterna Cadencia ya había puesto más a mano del lector dos libros centrales de la obra de Masotta. Conciencia y estructura continúa esa línea, manteniendo con esos dos antecedentes una relación –por decirlo de alguna manera– de abrupta continuidad. La recopilación de textos de diferentes temas y procedencias en formato libro está mal vista por algunos operadores del campo intelectual. Entiendo que se juzga al acto como facilista y banal, la irrupción de lo efímero en el ámbito sagrado del libro. A veces incluso se escuchan acusaciones de mercantilismo. Estas ideas parten de que al periodismo se lo hace siempre rápido y mal, y a los libros lento y bien. Ese pudor, desde luego, no sirve para medir nada. Los libros de la guerra de Fogwill resulta una obra maestra de la retórica escrita a lo largo del tiempo, publicada de a ratos en medios ocasionales, juntada en un solo tomo. Con el Masotta de Conciencia y estructura ocurre lo mismo. El libro es inevitablemente fragmentario pero el título revela un interés, una mirada general, casi un método, que recorre cada uno de los ensayos. En el sintético y excelente prólogo a esta edición, Diego Peller cita una frase de Eliseo Verón que sirve para entender los recorridos y también los corrimientos de Masotta. Según Verón, la preocupación por “la determinación teórica del status de la conciencia” no lo abandonó nunca. Conciencia y estructura, entonces, parece una sumatoria de intereses dislocados, pero no lo es. La “dimensión escandalosa, teatral y performativa” que señala Peller, y a la que podríamos reconocer como un estilo de escritura y pensamiento, también une todas las páginas del libro.
Los otros ensayos
Esto, por supuesto, no quita que algunos de estos textos, divididos en filosofía y psicoanálisis, estética y comunicación de masas y crítica literaria, hoy queden algo viejos, un poco ajados por el paso del tiempo. Demasiado coyunturales, demasiado fechados, su lectura se disfruta si se los toma como mojones de una época. El mismo Masotta admite que el comentario de la novela de David Viñas, Un dios cotidiano, ese análisis de las aventuras metafísico-políticas del padre Ferré, ya le suena sino obsoleto, al menos, atrasado y un poco arrogante. Por otra parte, en Sobre la crítica literaria en la Argentina, publicado en 1963, Masotta llega a decir, de forma injusta y altanera, que la crítica no existe todavía en nuestro país. Insisto, pese a esto, estas prosas, muy fechadas, se disfrutan. Y aunque en la colección está Roberto Arlt, yo mismo, un texto que ya es extrañamente central en la lectura de Arlt, también vale la pena leer ensayos como Sur o el anti peronismo colonialista o Destrucción y promoción del marxismo contemporáneo.
Anti-conservador
En el periodismo especializado es frecuente encontrar comentadores de libros que no se animan a imprimirle lecturas fuertes a los textos que leen. A veces no pueden hacerlo, otras no quieren, otras no se animan porque no leyeron el libro que comentan. Casi siempre estos reseñistas usan construcciones oximorónicas como “elegante prosa de trinchera”, “descuido estudiado” o “prolijidad desprolija”. En algunos momentos de Conciencia y estructura, Masotta logra anudar contradicciones imponiéndose con fuerza y sofisticación a sus objetos de estudio. Fuerza y precisión oscilan en sus lecturas, y no pocas veces se unen. “La filosofía del marxismo debe ser reencontrada y precisada en las modernas doctrinas (o “ciencias”) de los lenguajes, de las estructuras y del inconsciente” escribe Masotta. Marx y Lacan, entonces, lo cuál lo hace un precursor evidente de la izquierda lacaniana, de Salavoj Zizek y de otros, como Yannis Stavrakakis. Conciencia y estructura, en su rejunte, es fiel autobiografía intelectual y fragmentaria de un ensayista todavía inmerso en la retórica del marxismo, pero que se anima a cosas como el arte pop, las historietas, el psicoanálisis y sobre todo “lo nuevo” por no decir “lo novedoso”. Incluso cuando se equivoca –o quizás con más fuerza cuando se equivoca–, su gesto es dialéctico y anti-conservador. Los lectores rígidos, que nunca faltan y siempre piden un pasamano continuo que vaya de principio a fin, posiblemente se sientan incómodos recorriendo sus páginas. Los lectores cimarrones, los auto-educados, los que entiende la productividad de la cita fuerte o de la torsión en la sintaxis, las frecuentarán como quién pasea por una selva oscura y atractiva. Una selva, si me permiten, cuyo centro es uno de esos primeros televisores que, en la década del cincuenta, parecían la combinación ideal de muebles de lujo con aparatos cibertrónico de ciencia-ficción.
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