CONSUMO, MARKETING Y REBELDÍA |
Marcas truchas |
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Ropa deportiva Adidas y Nike, camisas Ralph Laurent Polo, chombas Lacoste, anteojos de Gucci, relojes Rolex y carteras Louis Vuitton parece que son los objetos de falsificación más corrientes. Los discos y los libros de imitación no son truchos: a estos se los llama directamente “piratas”. Y estos tientan a todos: incluso a aquel que se horroriza de ver a alguien con una chomba en la que el cocodrilo sonríe demasiado para ser auténtico, seguro que compró algún hit del “top manta”, que en las veredas vende el cine antes del cine. Lo mismo pasa con la infinidad de objetos que tienen impresos Barneys, Barbies o Superpoderosas: en la cadena del merchandising es todavía más difícil seguir la ruta de la falsificación. Y la voracidad de los niños por estos objetos hace más difícil justificar el sobreprecio del auténtico vaso plástico del Hombre Araña.
Hay muchos tipos de marcas truchas. Suelen ser una mejor o peor imitación del original. Las películas y discos son lo más pirateado porque en el mundo digital todos son calcos idénticos. En la ropa, en cambio, a veces la copia es una burda imitación, con un caballo bordado que juega al pato en vez de al polo. Pero otras son indiferenciables, porque los mismos fabricantes sacan una parte de la producción regular al mercado clandestino. En la película “Gomorra” se cuenta muy bien cómo de un taller de obreros mal pagos salen los vestidos de ensueño de las firmas más cotizadas. Y a veces, el mercado negro es una forma de compensar los precios infames que pagan las grandes firmas a la mano de obra artesana. Pero hay otras marcas de medio pelo.
Incluso las empresas de renombre tienen sus marcas “truchas” cuando lanzan una segunda, o tercera línea de champú, cosméticos o electrodomésticos. Uds. preguntarán si la marca Pirulo contiene el mismo producto que la marca Superluxe. He perdido amistades tratando de convencerlas de que el demaquillante que se vende en el supermercado es el mismo que el que pagaron valor dólar en el free shop. Y no quisiera ahora perder lectores. Solo les digo que en una línea de producción es más fácil cambiar el envase o la etiqueta que el contenido. Y que la diferencia de precio no necesariamente está en la calidad, sino en que en un caso hay que pagar la publicidad con Angelina Jolie, y en el otro, nada. Se cuelga en el supermercado y listo. Hagan sus números. Y entren en las páginas de los grandes fabricantes de cosméticos y vean todas las marcas que producen. Después digan con honestidad si quieren seguir comprando la más cara.
Ya sabemos que no hay racionalidad en el consumo. Así que cada uno encontrará las justificaciones para explicar por qué se gastó un platal en unos vaqueros 501 o puso en riesgo su integridad yendo a La Salada a buscar la imitación (porque, falso o real, el deseo en ambos casos es igual de irrefrenable). Pero convengamos que la necesidad de tener la etiqueta roja en el traste es irracional. Apenas se entiende si pensamos que lo que verdaderamente marca la marca es la pertenencia a un mundo. Por eso se vuelve tan vital para los excluidos de todo: el logotipo, falso o real, es a veces lo único que los sigue colgando a la sociedad. Y lo que los asemeja, más de lo que suponemos, a los integrados.
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