LAS ÚLTIMAS MUERTES "EN VIVO" |
El sensacionalismo limpio |
|
En los ’90, el boom sensacionalista se plasmó en Crónica TV, que llevó a la televisión lo que el diario había impuesto como sello identitario de un periodismo “popular”: estar allí y transmitir, con efecto de “material el bruto”, una extensa cobertura que daba prioridad al cadáver y la chorrera sanguínea, al cuerpo todavía caliente que podía olisquearse, casi, a pesar de la mediación de la pantalla.
El nuevo sensacionalismo limpio, imitado quizá de la transmisión sin sangre desde el frente, en Irak, o detrás de las vallas del Ground Zero, elige otra forma de contar la muerte: la mujer de Floresta es una silueta imprecisa vista a la distancia, enmarcada por un círculo rojo que agrega el canal para que no queden dudas sobre quién es “la protagonista” de los hechos. Es inmediatamente barrida como sin darse cuenta, y luego eso mismo es repetido como ya ocurrió con otra muerte limpia, la de Federico Campanini, el andinista muerto en la montaña, al que vimos agonizar “en vivo”.
El sensacionalismo limpio necesita de la repetición: para lograr la capacidad de impacto de su predecesor (el sensacionalismo sucio) apela a la repetición del minuto en que la muerte se produce o está por producirse. La regla de este estilo es generar una conmoción en el espectador: alguien, del otro lado, debería decir “no puedo mirar más” o atinar a apagar el televisor, y sin embargo seguir mirando. La intensidad, a falta de fluidos, está dada por los tiempos de la narración: el “in progress” del sensacionalismo actual (gracias al aporte del videoaficionado con celular) llega antes de ocurrido el hecho, cuando poco hacía pensar que allí habría noticia; ya no alcanza con estar ahí “primero” (el lema del viejo Crónica); no es suficiente con conseguir un cuerpo caliente; la conexión policial podrá filtrar un crimen recién consumado pero no alcanza. La previsión de una historia dramática en un lugar impensado la da el video casero.
El sensacionalismo limpio no sería nada sin la costumbre de filmarlo todo que se forjó en Youtube, en su monstruoso archivo de videos. Así como, gracias a Youtube, estalló la fama en millones de celebridades instantáneas también eclosionó “la noticia”. El videoaficionado con celular transformó el mundo en un inmenso reality show; la altura de montaña o la periferia barrial no son obstáculos para acceder a una intensa conmoción. El canal ya no acude a la noticia: es invadido por ella. Y el proceso no necesita ornamentarse de color; el “vivo” es fuerte de por sí, conmovedor, arrasador incluso cuando el hecho sucede a lo lejos, como sombra vaga; la repetición y la voz en off ayudan a cimentar el efecto, ya no de horror, de asco, sino de melancolía, de tristeza.
El nuevo sensacionalismo, el de la alta montaña, por ejemplo, construye su novela sin recargarla con cronistas o locutores jadeantes, con lágrimas o silencios de un presentador de noticias. Le basta dividir la escena entre una víctima y uno o varios verdugos, cristalizar sentido antes de la evidencia y repetir, sobre todo eso, una y otra vez ese minuto en que el andinista intenta levantarse y su “verdugo” dice que “la jueza” dio autorización para dejarlo, o ese segundo en el que la mártir esperaba en la pasividad total y era arrasada por el conductor que –agregan- llevaría en su auto botellas y juguetes sexuales. “La muerte está sucediendo en este mismo minuto –nos dice cada día el sensacionalismo limpio-. A cualquiera le puede pasar y podría ser ahora. No apague: este es su antídoto. No salga: permanezca en un living. ¡Protéjase del mundo!”.
{moscomment}