DAVID DUCHOVNY Y TINA FEY, REYES DE LA COMEDIA |
Iluminados por el guionista |
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¿Diferencias? Tina Fey es una intérprete brillante, económica, una imitadora calibrada de gestos y mohines; no encarna personas físicas sino arquetipos que identifican; es capaz de desarmar el estatuto de estelaridad de un entorno como “el canal de televisión” para que aparezca –en la mejor tradición del The oficce o el Extras de Ricky Gervais- el infierno burocrático. En cambio, Duchovny es un galán clásico de gestos más duros, mejorado por obra y gracia del guionista.
Tina Fey. También conocida como la mujer que derribó las ambiciones políticas de Sarah Palin con una imitación calcada, que reprodujo línea por línea la parodia per se de sus discursos, y vio caer a la barracuda en las encuestas después de cada aparición en Saturday Night Live. Pero lo que nos toca, esta vez, es su imperdible criatura de la sitcom 30 Rock, la guionista Liz Lemon, que le acreditó el calificativo –además del Globo de Oro- de “talento sobrenatural”. Liz Lemon, directora de guionistas de un show de la NBC, encarna todo lo que habría querido conseguir la irregular tira local Los exitosos Pells y no logró: una brutal desmitificación del oropel televisivo, las “estrellas” atrapadas en sus miserias, la dominación bestial del empleador -Alec Baldwin- resistida con la ironía y la mordacidad que –se infiere- comparten la criatura ficcional y la actriz que le da vida. Resume al antihéroe femenino contemporáneo por excelencia, en las antípodas de las glamorosas de Sex & the city: soltera a punto de cumplir los 40, torturada por la autoridad personalista de un republicano insoportable, disciplinada –siendo un cerebro genial- al cumplimiento de “horas hombre” en la oficina. ¡Aplausos!
David Duchovny. Pese a las limitaciones evidentes de la máscara, tiene la cualidad –desde sus tiempos de investigador de fenómenos sobrenaturales en The X Files- de interpretar a personajes emblemáticos de la historia televisiva contemporánea. Pasa con Hank Moody, el reventado que le toca en la actualidad: en su segunda temporada sigue demostrando el mérito del guionista, como contracara erotómana de las aventuras sexuales que –asignadas al sexo femenino- se manifestaban en Sex & the city como costumbrismo pícaro, pero aquí –en el marco de la sordidez de la compulsión y, sobretodo, el relegamiento de la vida productiva ante el avance de las pasiones “oscuras”- habla de eso que no se puede frenar pese a saber que nos está consumiendo. De esa etapa de la vida en la que aferrarse a los consumos y prácticas de la época “dorada” derivan en ese híbrido exacto que se ve en Californication: el drama del escritor bloqueado combinado con la levedad de ceder continuamente a las leyes y necesidades de la atracción.
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