DULCE AMOR Y LOBO/ |
Laburantes de novela |
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Tanto “Dulce amor” (Telefé), como “Lobo” (Trece) transcurren alrededor de un emprendimiento familiar, típico de nuestra pujante burguesía nacional. Y a tono con un país en imparable crecimiento, ambas firmas están en plena expansión internacional y lanzadas al desarrollo de nuevos productos. En Telefé funciona una firma de golosinas, como su nombre lo indica, y en el Trece, una empresa dedicada a los electrodomésticos, como su nombre recuerda. Ya en los primeros episodios se ve cómo ambas firmas aprovechan las bondades del modelo y contratan empleados a lo pavo. Y a primera vista, porque a esos ejecutivos ocupadísimos y estresados (Victoria /Carina Zampini en “Dulce amor”), les basta una mirada para saber que el chofer (Marco /Sebastián Estevanez) puede conducir algo más que su auto. Alcanza un encuentro en el pasillo para que el jefe/padre que aún no lo sabe Leopoldo (Gerardo Romano en “Lobo”) sepa que el aspirante (Lucas/Gonzalo Heredia) tiene condiciones para liderar la innovación de la empresa. El desarrollo profesional es igual de rápido: un rechazo rotundo de la empleada (Ana/Vanesa González, “Lobo”) al acoso del hijo del patrón la hace para pasar de las cajas en expedición a escritorio con computadora: del mameluco al taco aguja en menos de tres episodios. O de la musculosa del taller al traje de confección en el caso de los choferes de la golosinera. Hay que decir que en ambas novelas, los jefes tuvieron oportunidad de verles el cuero a sus empleados que tiene el mérito indiscutible de portar carne argentina que no es para todos. Pero además, estos empleados tienen competencias impresionantes, al punto que abren el capó de un Mercedes y te salvan la pieza de ingeniería alemana de fundirse al movimiento de una simple llave estriada (Estevanez en “Dulce amor”). O diseñan una heladera parlante con un solo empujar el mouse (Heredia en “Lobo”).
En su semblanza social, ambas novelas muestran unas condiciones de trabajo envidiables. Desde el primer día, estos empleados y los que están en la línea de producción de la chocolatería Bandi (“Dulce amor”), o en el grupo de extravagantes de la oficina de Nix (“Lobo”), llegan a la hora que quieren, les gritan a los superiores para dejar claro que la dignidad obrera no se cuestiona, o se la pasan charlando en unos lugares de descanso que parecen supermercados de conveniencia, por la variedad de productos a disposición. Estos operarios de mameluco (blanco para “Dulce amor”; rojo para “Lobo”) tampoco renuncian al glamur de los anteojos de diseño ni a un maquillaje que envidiaría la mismísima Cristina. ¡Así da gusto trabajar!
Pero lo mejor es que en una y otra empresa los empleados van y vienen a su antojo, reciben visitas de sus familiares en el lugar de trabajo, y aun así, ascienden y se consolidan en su puesto. Como Lucas (Nicolás Riera en “Dulce amor”), que consiguió su trabajo después de haber robado a su patrona, que parece ser de las que piensa que la inseguridad es una sensación y que, por lo tanto, minimizó el hecho delictivo (después de todo, era un invento mediático). Ahí, no más, el joven recibe en su casa a su enamorada Brenda (Rocío Igarzábal), a la sazón hermana de su empleadora, quien le pregunta prudente “¿No tenías que ir a trabajar?”. Pero como el joven es un trabajador argentino con derechos inalienables le contesta “Después compenso con horas extras, vos sos mucho más importante que mi trabajo”. ¡Y lo dice un pibe en Probation!
El amor también tiene un mensaje social. Ambas telenovelas coinciden en que el único genuino es el amor interclase. Las relaciones entre pobres y pobres, o ricos y ricos, son infelices, vacías de afectos y llenas de incomprensiones. El amor que sabemos triunfará (aunque los guionistas lo demoren un poco) con infinitos avatares, es el de ricos con pobres que a su vez fueron frutos de amores que también rompieron las barreras de clase (Zampini rica, hija oculta de quiosquero; Heredia pobre, hijo no reconocido de industrial). Quizás la novela del Trece tiene mejor producción visual pero a la hora de telenovelear a la noche, “Dulce amor” tiene un estilo clásico, un poco zonzo, pero con la comodidad del kitsch y lo previsible. Mucho más amigable para un añito denso con conflictos a cielo abierto y quita de subsidios, que una fiera asesinando compulsivamente en hachedé.
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