Por Adriana Amado - @Lady__AA Nos dieron a elegir y elegimos. La pusieron en un horario malo, en verano y a media tarde, cuando estaba más para estar a la sombra que mirando el televisor y no importó. La carita de esa nena condenada a un basurero por haber querido salvar a su padre de la codicia de la madrastra mala hizo que valiera la pena perder el último sol de la tarde. Después, tuvimos que padecer los comentarios innecesarios de la tía Virginia acerca de lo bueno que era Tifón y lo mala que era Carmina. Pero no importó, porque el capítulo duraba lo suficiente como para pasar el mal trago. A esa altura ya estábamos embalados con Avenida Brasil. Ya en el último tramo, entendieron que como nos gustaba tanto la telenovela podían hacer con nosotros lo que quisieran y en lugar de premiar a los televidentes que le concedimos a Telefé un rating que nunca había tenido a la tarde, la cambiaron de horario. Y lo que fue aun peor, acortaron obscenamente los capítulos. Tampoco importó, porque a esa altura ya queríamos saber cómo terminaba.
Como se ve que les pareció poco el maltrato de llevar a la noche una novela que empezó a la tarde, la dividieron en pedacitos minúsculos y la colocaron de postre de esa comida de fonda que son las novelas de Estevanez. Y ahí fue que empezaron a tomar amargamente un poco de su propia medicina: la telenovela local parece más burda cuando se la pone de contraste obligado de la superproducción brasileña. En comparación con las actrices de Avenida Brasil, Zampini está más desangelada con esos pelos batidos bien podían haberla hecho pasar por lo de Monalisa a ver si la peluquería del Divino le daba un poco de onda. Y el pobre Estevanez hasta perdió musculatura al lado de los bracitos de Jorgito Tifón. No contentos con el destrato a los seguidores de la mejor telenovela que pudimos ver desde hace años, pretenden reemplazarla con una versión adocenada de una historia de amor que ya vimos. Como si ahora que estuvimos comiendo centolla se nos pudiera engañar el estómago con kanikama.
Como pasa siempre, los televidentes sabemos mejor que los tontos programadores de la televisión que Avenida Brasil es tan buena que aun esos veinte minutos que nos conceden cada noche le ganan a Adelmar y Titina bailando con el público de Showmatch y a Amado Boudou bailando con Tenembaum y Zlotogwiazda en TN. Ni todo el poder de “la corpo” puede con esas migajas de Avenida Brasil que nos tira Telefé para ver si nos puede retener por unos días más en su pantalla.
En lugar de aprender las valiosas lecciones que da el programa más exitoso de los últimos tiempos, insisten con la receta de siempre. Esa novela batió el récord que había impuesto otra novela de O Globo y ya se vendió a más de 125 de países incluidos México y Colombia, dos que saben bien de qué se trata un telenovelón. Pero no hizo mella en los programadores argentinos que siguen pensando que para retener a los televidentes alcanza con mover cómo se les antoja la hora del programa, estar más atentos a la pantalla de la competencia que a lo que esperan sus espectadores, o montarse en un pequeño acierto y hacerlo durar todo lo que se pueda.
No hay que ser un especialista en televisión para saber que lo único que vale la pena este año en Showmatch es el primo Tirri y la pareja de Anita Martínez y el Bicho Gómez, que traen un poco de frescura y novedad como hizo en su momento la Mole Moli, última edición memorable del concurso. Y que es lo mismo que brinda generosamente Avenida Brasil pero con más calidad: entretenimiento en estado puro. La diferencia de lo que nos regala Avenida Brasil con esto que queda, es que la televisión argentina está demasiado previsible. Se sigue subestimando el valor del asombro en cada emisión, esa sensación de que en cada programa pasa más de lo que esperamos. Siguen creyendo que la sorpresa admite repetición.
Por eso, la primera vez que frente a la cámara Mimí celó al Tirri con su bailarina fue una novedad irresistible. La segunda vez, fue divertido. La tercera, ya no tanto. Y lo mismo va a pasar con Adelmar y todo momento sorprendente. No admite reiteración porque deja de serlo. Por eso Dulce amor podía haber despertado alguna simpatía por su guión mal actuado en un año de pobre oferta televisiva, pero ya no es tan simpático en una segunda vuelta. El que piense que la audiencia es tonta y no se da cuenta, simplemente revise los comentarios que dejan en la web oficial donde se cuelgan los capítulos de la telenovela. Desde siempre expresaron sus quejas por la publicidad intrusiva, por los cambios de horarios, por esos vaivenes en la programación. Y siempre manifestaron su entusiasmo por un programa que no escatimó recursos visuales, que no dejó de poner toda la intensidad que era posible en cada capítulo. Lo mejor de Avenida Brasil es que supo reescribir la telenovela con el renovado ritmo de las teleseries, ese que hace que cada capítulo pueda verse en sí mismo, que se pueda entrar al cuento en cualquier momento y, una vez adentro, sea imposible abandonarlo de tan atrapante que es la historia. Si HBO nos enseñó que la televisión podía tener un nuevo lenguaje, O Globo demostró que se puede hablar también con nuestra telenovela. Y que así como las series del norte nos cuentan los problemas cotidianos de los personajes desatendidos por la sociedad, Avenida Brasil nos confirmó que esos mismos personajes existen en Latinoamérica con problemas que se parecen mucho a los nuestros. Y nos permitió demostrar que nos encanta la versión latina de la televisión de la mejor calidad.