Ahora que se sabe que Taylor Hawkins, el baterista de Foo Fighters murió tras una falla cardíaca, con 10 sustancias distintas en sangre, y un corazón del doble de tamaño de lo normal, es que uno se pregunta: ¿cuántos rockeros deberán seguir muriendo hasta que les llegue el mensaje de que drogarse será divertidísimo pero, tarde o temprano, cambias la guitarra por el arpa y sanseacabó?

Parece mentira que, a tantas décadas de que el gran Elvis Presley muriera en el baño de su mansión atiborrado de pastillas y antidepresivos, solo, gordo y depre, aún con tanto tiempo de ese derrumbe histórico, los rockeros sigan cayendo en bandadas hundidos en los drogas, los antidepresivos y demás.

¿Qué les pasa a esta gente? ¿Se siente amenazada por el aluvión triunfal de traperos? ¿La muerte del cidí los puso pum para abajo? ¿La pandemia y la cancelación de giras los ensombreció el estrellato llenándolos de amarga realidad doméstica donde se descubren, esposos con hijos? ¿No les basta con mirar lo que ha sido de sus antepasados rockeros y cómo han hecho de ese corazoncito tierno un trapo de piso? Tanto cuore volcado al tacho, carótidas que ven pasar sangre turbia. En fin.

Tanta historia con moraleja que nadie escucha. Tanta Caperucita tragada por el lobo, y aún así generaciones de gente sensible y talentosa, con ganas de cambiar el mundo, acaba metiendo la cabeza a merced de su dentellada.

No más rockeros de corazón inflamado y roto. No más noticias de rock stars avasallados por las drogas. Que la moraleja llegue. Antes de que sumemos más nombres a la lista fatal y negra del rock que, con un poco de sensatez e inteligencia, podríamos evitar.