El pueblo se llama Brinkmann, en Córdoba, y aún reuniendo a todos los vecinos no se llega ni a 10 mil personas. En verdad, no que tan pequeño sea el pueblo, lo que importa es que uno de esos 10 mil vecinos, se ganó días atrás un pozo acumulado de lotería –el Quini6-. Y de la noche a la mañana, se acreditarán en su cuenta, o se llenarán sus bolsillos, o explotará su Mercado Pago, con mil millones de pesos. Y sólo el hecho de pensar cómo trasladar semejante cantidad de billetes, da un poco de vértigo. Un millón de billetes de mil. O dos millones de billetes de 500. O 10 millones de billetes de cien. No importa la cuenta que uno haga, no hay valija que lo resista. 

No se sabe cómo embolsará todo ese dinero ni qué hará el ganador con la plata. A decir verdad, ni siquiera se dio a conocer el nombre del ganador, a pesar de que en Brinkmann todos seguramente, como sucede en los pueblos, lo tienen identificado.  

Las estadísticas indican que, más allá del ganador, más allá de su honorabilidad, su profesión, su descendencia, o lo bien o mal que se lleve en su matrimonio, más allá de si pretende darle un destino solidario a fajos y fajos de billetes, o proyecta ya mismo volar al mundial de Qatar y seguir con envión de tren bala a la vida local, lo que se sabe a ciencia cierta es que la felicidad le durará poco. No más de tres años, aunque el promedio del pico descenso febril se da a los 90 días. Luego, aseguran los que estudiaron el proceso, volverá a sentir los mismos sinsabores de la vida en Brinkmann donde sus 10 mil vecinos van y vienen llevando a rastrar sus sueños módicos y tal vez de tiraje corto. Tras su periplo triunfal, a rienda suelta por aquí, allá y en todas partes, el ganador regresará a sus quehaceres –quehaceres más Premium, desde luego, con mejor pilcha, mejor tecnología, mejor mobiliario y hasta un mejor perro- pero sintiendo muy en el fondo el peso del engaño. “Ante un nuevo parámetro de placer”, dicen los estudiosos, “el ganador medirá las cosas con esa nueva vara, y entonces disfrutes que antes le traía una gran satisfacción, ahora le parece cotidianos”.

¿Quiénes son aquellos ganadores que perduran más en su felicidad de lotería? Los que, por más que suena a moralina, gastan en los demás. Más invierten en otros, más felicidad les trae. Más gastan en ellos mismos, tarde o temprano –más temprano que tarde-, se hundirán en un pozo sin fondo donde ya nada les viene bien. Y dirán como Jack Whittaker, ganador diez años atrás de 300 millones de dólares en EE.UU. en un sortero de la Powerball, quien se hundió en el juego, el alcohol y a los 5 años lo perdió todo: “Ojalá hubiese roto ese boleto”.