Cuando uno pierde hay mil lecciones por delante para reconocer: cosas a corregir, asuntos a ajustar, reprogramación, quites y cambios, despidos, renuncias y demás. Pero cuando uno gana, cuando se triunfa y se corona, entonces ¿qué es lo que se hace, además de festejar y tatuarse el nombre de los héroes que han llevado laureles y gloria? Esa es la pregunta del millón. La lección de Argentina campeón del mundo en el fútbol, es una moraleja a la que este país nos tiene poco acostumbrados. Excepto en dos ocasiones, y en algún que otro fulgor artístico –o bueno, si vamos más lejos, primeros en vino, en carne y no mucho más-, no tenemos mucha experiencia en ganar. Lo nuestro ha sido siempre perder y perder. Caernos para levantarnos y volver a caer. La lección de una victoria es de lo más atípica. Sin embargo, algo hay para decir al respecto.
La victoria en el fútbol es sumamente contagiosa: ganan 11 jugadores pero millones de compatriotas se sienten también campeones. Eso es lo que vuelve al fútbol tan atractivo. Sin embargo, sentirse campeón por ósmosis es lo mismo que sentir que el héroe de la película ha ganado también por mérito del espectador. Podrá uno sentir empatía por el victorioso que se sobrepone a mil batallas pero eso no indica que haya hecho algo él mismo por salir adelante y merecer una pizca de ese trofeo. Acaba la película, y el espectador tras una borrachera breve de aire gozoso del triunfo, volverá a sentirse en el hondo bajo fondo donde el barro se subleva.
¿Y qué nos queda entonces de esta lección triunfal de Argentina en Qatar? Probablemente, una y solo una: el trabajo en equipo. Y el trabajo en equipo no equivale a saber que todos son iguales pues no todos lo son. Messi no es Di María. Ni Di María es Scaloni. No. El trabajo en equipo es precisamente el respeto por el lugar de cada uno. La estrella. El técnico. El arquero. Cada uno en su rol. Y en lugar de la prédica de la utilidad –el que juega bien queda, el que juega mal sale-, el equipo apuesta al grupo. Es decir, todos salen juntos a flote. Y esa es una lección para la Argentina.
¿Qué tal si en las próximas elecciones algo de ese espíritu de equipo prevalece y nos convertimos en un país mejor? ¿Por qué no en lugar de partidismos, internas y sálvese quien pueda, no recogemos el guante de la Argentina campeona en fútbol, y tomamos lo mejor de cada partido e ideología y armamos una selección que gobierne? ¿Qué otro palo nos tenemos que pegar como sociedad para entender la moraleja?
Que este país, no tan lejos en el tiempo, pueda besar otra copa del mundo: la de sanar viejas heridas, remendar errores, acercar enemistades y salir a la cancha todos con la misma camiseta.