Si uno siente lejanos a los candidatos en las grandes urbeas, agigantados por los afiches que crecen y se multiplican en plena campaña, esa situación, sin embargo, en los pueblos es el extremo opuesto. Los candidatos a intendentes de ciudades pequeñas como donde yo vivo, están ahí a la vuelta de la esquina. Y uno puede cruzárselos camino a comprar los ravioles del domingo.
Ayer, camino al parque, me colocaron una boleta en el parabrisas y luego, en la entrada misma de la plaza nos cruzamos con ese mismo candidato a quien, tras años de conocidos, lo saludé cariñosamente. Y le dije a mi hija: “¿Viste el tipo de la foto en la boleta? Es este mismo hombre que acabamos de saludar”. “¿Querés un globito, mi amor?” Dijo el candidato con sonrisa prístina y mi hija agarró viaje: ya internalizó que lo gratuito hay que manotearlo con rapidez.
En un pueblo, la cercanía con el candidato hace que la carrera por un puesto político se vuelva una medición doméstica y artesanal como la que uno tiene cuando va a comprar el pan, o un kilo de asado. No se trata sólo del producto, se trata más bien de la atención. Y en especial de quién está detrás del negocio. Mucha gente, me incluyo, hemos dejado de ir a un comercio de buen precio y calidad, sólo porque han sido descuidados en el trato.
En un pueblo la gente vota biográficamente. Le conoce al candidato el pasado, sus casas de la infancia, la escuela, sus compañeros, sus maestras, su santa mama. Le sabe al detalle su recorrido, sus rutinas, y dónde vive. Por supuesto, no sabrá a ciencia cierta qué idea o propuesta tiene pero sabe por ejemplo, si saluda o no saluda. Y eso, en un pueblo, lo es todo. ¿Es un chico saludador? ¿Es un candidato que ha pisado al palito e infringió la ley? ¿O es transparente, y de misa de domingo, es sonrisa de plástico o sonrisa auténtica? No hay que hacer demasiadas averiguaciones, basta con preguntar en el almacén o al chofer del micro. Indagar como quien pide el precio de la frutilla –que ahora aún en invierno sale de oferta en las verdulerías-, carrera y presente de tal o cual candidato para que el comerciante o el vecino le expulse el wikipedia en cuestión como chat de inteligencia artificial.
Está todo ahí expuesto, a la luz del sol. Dimes y diretes. Casamientos y separaciones. River y Boca. Lealtades y traiciones. Pero claro: con tanta información encima para procesar y ponderar, a uno no le queda ni tiempo para saber qué ideas tienen, y menos aún con qué plan de gobierno piensan rescatar a su pueblo de la mishadura. Pero sabemos eso sí: dónde compra el pan y si hace o no los domingos religiosamente el asadito en familia. Y con eso, pensamos, es sentencia suficiente para definir nuestro voto.