No hay que alarmarse, ni buscar señales de delirio místico ni mesianismo canino, cada vez que el candidato Milei se refiere a su perro como si estuviera vivo y le agradece hasta los resultados de las últimas elecciones. Dice que su perro Conan nunca lo ha traicionado –ni Conan, ni otros perros a pesar de que, una vez cada tanto le han dado una buena mordida-. Y ha confesado por si quedan dudas al respecto, que quiere más a los pichichos que a los seres humanos. 

Su biógrafo va aún más lejos, y asegura que el futuro presidente de los argentinos, gracias a los servicios de un médium local, tiene contactos telepáticos e interdimensionales con su perro fallecido, a quien consideraba su hijo y compartía, desde luego, su lecho. 

Es sabido que, tiempo atrás, cuando se quedó sin trabajo dijo que lo único que no recortó en ese tiempo fue la comida Premium de su mascota –aún cuando él debía alimentarse de pizza y solamente pizza, algo que había mermado su salud y disparado su peso-. Y que, muerto su perro favorito Conan, lo envió a clonar en una empresa norteamericana y hoy tiene tres clones de Conan, a quien llama sus nietos.

Como decíamos, no hay que alarmarse ni buscar chifladuras en el vínculo de tal vez el futuro presidente con sus pichichos. No es que los pichichos hayan, al cabo del tiempo, elevado la vara y ser hoy más leales, más instruidos, y mejores amigos del hombre que un siglo atrás. Lo que ha sucedido es, en contrapartida, que la humanidad viene cada vez en unos packagings que incluyen menos instrucción, menos amistad y sobre todo, menos lealtad con sus congéneres. Es natural entonces que la gente se incline cada vez más a buscar calor humano en otra parte del amplio abanico mamífero.

Por eso, no hay que darse contra las paredes augurando un futuro demencial para el día que, si es que sucede, Milei encabece el futuro gobierno. Lo que hay que hacer, en todo caso, es preguntarse si no habrá llegado la hora en convocar un plebiscito interespecie y decidir realmente si el ser humano merece seguir administrando este planeta. O no será mejor darle el turno de los pichichos. O a los primates. O, vaya uno a saber, a las hormigas que son seres mucho más trabajadores y ordenados que la decaída especie a la que pertenece quien escribe y quien lee estas líneas y a la cual, le va llegando la hora límite para renunciar y jubilarse de una buena vez.