Hace poco nomás, WhatsApp inauguró la opción para poder, así como uno conversa con sus amigos humanos –o eso dicen ser- también poder charlar con la Inteligencia Artificial. No quiero que suene rústico ni desalmado, ni tampoco quiero que la IA se lo tome como algo personal: pero me gustaría poder seguir conversando con la rama de los seres humanos y también tener trato con otros mamíferos domésticos. Pero con la IA, prefiero no intimidar con ella. Al menos, hasta que nos conozcamos más y entremos en confianza.
Es que la IA se ha metido en todas partes, y eso joroba un poco. IA en las fotos. IA en las películas. IA en las traducciones. IA en las empresas. IA hasta en la ventanas –si no vio lo que son las ventanas digitales, googlee ya mismo y verá -. IA, uf, aflojemos un poco.
Mi sensación es que cada vez que recurrimos a la Inteligencia Artificial, la Inteligencia Humana retrocede un casillero, resbala un peldaño y cae por la larga escalera de la involución cuyo destino es caer de traste en la cadena alimenticia de tanto bicho que nos comería con mucho placer. El cerebro es un órgano maravilloso, complejo y fascinante, sin embargo es un órgano bastante fiaca. Si no trabaja, mejor para él. Si lo hace otro, feliz de la vida.
Considerando esa tendencia a rascarse el higo, el cerebro en lugar de evolucionar a la par de tantos avances tecnológicos, se ha puesto cada día más perezoso, más pesado, menos concentrado, más disperso, más, por así decirlo, bobo. No crean que tengo nada en contra del cerebro, tampoco quiero faltarle el respeto, tengo, de hecho, un cerebro amigo que de casualidad es quien escribe estas líneas, sin embargo, bueno, hay que ser incómodamente sinceros: el ser humano siglos atrás, era mucho mejor ser humano que este de ahora.
Sin ir más lejos, una vez, por razones periodísticas, me tocó ver los exámenes de un grupo de alumnos de secundario realizados 70 años atrás. Estaba reconstruyendo las clases del escritor Julio Cortázar cuando fue maestro de escuelas en pueblos del interior bonaerense. Y pude ver los exámenes, corregidos por el gran Julio, y la verdad es que estaban muy bien escritos. La prosa de aquellos alumnos de pueblo, 70 años atrás, tenían el mismo nivel de muchos escritores supuestamente capos de hoy en día. Dirá, claro que la gente lee menos, por ende escribe peor: estamos de acuerdo. Pero ese hacer menos cuando se reparte a todas las áreas de la vida, trae como resultado un cerebro –una raza humana si nos ponemos a generalizar- cada vez más atrasada, morosa, desatenta. Y mientras tanto una IA cada vez más avanzada, fresca, lista para aplastarnos como moscas.
Qué quiere que le diga: es por eso que no quiero mandar WhatsApp con la Inteligencia Artificial. Si nos va a aplastar, prefiero evitar la hipocresía de que quiera hacerse nuestro amigo.