Que alguien advierta a Samapoli: lo que necesita la selección no es cambio de estrategia. No es planteo nuevo. Ni condenar a la hoguera a Mascherano y al Pipa Higuaín, por estar fuera de época. No se trata de que a Sampaoli se le chifle, cada tanto, el moño. Lo que precisa el plantel es al crack Del Potro. Así como lo escucha. Más allá que lo suyo sea el tenis y no el fútbol, eso es lo de menos, pues Delpo tiene el órgano necesario que el equipo aún carece: bolas.

Ni las lesiones, ni los pronósticos desfavorables ni tenerlo al imbatible de Federer encima. Ni los diagnósticos médicos, ni partidos donde parece todo perdidísimo y al borde la cornisa de la derrota. Nada de eso le hace mella a Delpo, el tipo la guerrea hasta el final. O es un valiente o es un demente. Las razones no importan. Lo que importa aquí es que escala de lo más bajo del ranking a, en cuestión de semanas, irrumpir a los codazos entre los number one del planeta.

El esquema de la selección argentina siempre fue a la inversa: pronósticos favorables, estrellas indiscutidas del fútbol internacional, el punto caramelo de los jugadores, y zas, llegada la hora de los bifes, todo es barranca abajo. Un fenómeno que se conoce mundialmente como apichonamiento.

Creemos que el órgano en cuestión de Del Potro –bolas, dijimos-, será pieza clave, as en le manga en Rusia, e iluminará en el momento más oscuro del plantel como dos farolitos chinos. Messi tendrá la habilidad. Di María el despliegue. Y Agüero la arremetida al gol. Pero todo eso es chaucha y palito, sin la tetosterona vital made in Tandil. Anote, Sampaoli. Y vuelva, de una vez por todas, con la copa.