Sin necesidad de ponerse conspiracionista ni paranoico, es llamativo cómo la plataforma Netflix elige la temática de muchas de sus nuevas producciones. Mientras por un lado, aborda la retorcida mente de condenados a muerte en Estados Unidos –las confesiones a cara lavada de “Soy un asesino”-, persiste en tirar de la cuerda narrativa de nuevos y viejos capos narcos, y se regodea en ver cómo bestias de la naturaleza se devoran unas a otras –“72 animales peligrosos”-, por otro lado, le da con todo a todo aquello que tenga aura de camino espiritual o religión.

Allí está la miniserie “Wild wild country” donde saca los trapitos al sol del desembarco del gurú indio Osho y los suyos en Norteamérica, el informe demoledor contra el credo de Tom Cruise “Going clear: Scientology and the prison of belief”-, y las denuncias de ex judíos jasídicos que luchan por salirse de su religión –“One of us”- y que ponderan lo maravilloso que es ahora ver películas, usar internet y salir con quien a uno se le canta –todas cosas que esta corriente judía impone severas restricciones-.

También desfilan, en esa misma línea, “Holly hell” sobre un gurú abusador de gente bella y rica en Estados Unidos, y “Enlighten us” sobre el orador de autoayuda preso por matar a tres seguidores en una prueba de resistencia que salió para el traste: James Arthur Ray.

El género de denuncia de maestros o grupos espirituales nunca fue muy popular ni vendedor. Basta ver la lista de best-sellers para ver el poco interés que despierta entre los lectores, pero Netflix está haciendo de esto, prácticamente una declaración de principios.

Ahora bien, ¿qué es lo que nos quiere decir con todo esto? ¿Por qué adolescentes que se suicidan, asesinos seriales y capos narcos tienen destino estelar con aura de Hollywood, mientras que todo aquel que, mal o bien, se vuelca a un camino espiritual, según las producciones made in Netflix, tarde o temprano, desbarranca y acaba siendo, como mínimo, frustrado?

Así planteado, parece que uno tiene más futuro haciendo carrera a la Pablo Escobar, que probando suerte con un nuevo gurú de India. Parece más cool tener un tío o hermano o padre en el pasillo de la muerte, esperando ser boleta, que un tío o hermano o padre volcado de lleno a una religión. Los religiosos están todos locos. Están todos perdidos. Ahora bien, los asesinos, los narcos y los sádicos son gente copada y excéntrica.

Mientras este mundo siga celebrando la sinfonía de balas, y juzgue de idiota a alguien que emprenda un camino espiritual, estamos en el horno. Y los responsables de Netflix han llevado la perilla al máximo.