Los veranos cada vez más calurosos, las lluvias torrenciales o las extensas sequías son algunas de las consecuencias más notorias y trágicas del calentamiento global. Los llamados de atención planetarios son escandalosos. Y el ser humano ante esa realidad acuciante, debe actuar o entrar en un recorrido inexorable hacia la inanición y la extinción.
Actuar frente a esa realidad significa reclamar. Exigir que los poderes y los factores productivos actúen en línea con las necesidades del planeta.
¿Cómo evaluar si una ciudad es amigable con el medio ambiente?, es el interrogante a plantear una y otra vez. Y para responder hay tres aspectos que son claves.
En primer lugar está la cuestión del transporte. La locomoción utilizada para la movilidad de la gente y de las mercancías representa uno de los grandes generadores de gases de efecto invernadero a nivel mundial. El avión a la cabeza seguido por los camiones y los autos.
Entonces una ciudad será más amigable con el medio ambiente, si el transporte público es más relevante que el auto individual. Y si los trenes (o subtes) tienen preponderancia sobre los camiones o los colectivos. A su vez pesará en el análisis, si lo que se compra en el supermercado se produce más cerca o más lejos, ya que esa distancia también será relevante en el impacto.
Otro factor clave es el uso de la energía en los lugares públicos y en las casas residenciales. Lograr construcciones adaptadas al entorno que tengan aislamientos adecuados, y que eviten la excesiva utilización de refrigeración en el verano o de calefacción en el invierno, son cada vez más importantes. Con relación a ese mismo punto, la utilización de electrodomésticos de bajo consumo o con eficiencia energética también son indicadores.
El tercer punto de análisis es la manera de construcción de los edificios urbanos. Cuanto más pesada es una estructura, menos amigable con el medio ambiente es. Es decir, el exceso de cemento es sinónimo de emisiones con sufrimiento del planeta, y de los seres humanos. Un edificio sustentable será aquel que mezcle el cemento con materiales que se pueden reciclar y volver a usar, como los metálicos o de madera.
Hacia la bioconstrucción
En muchas zonas rurales es cada vez más frecuente la bioconstrucción, que va en línea con esas necesidades. La bioconstrucción busca que las casas se construyan únicamente con materiales naturales de la zona. Por ejemplo, tierra, adobe, madera, bambú o arcilla. Los bioarquitectos utilizan técnicas novedosas que logran darle una estética actual a casas que regresan a las maneras de construcción ancestrales, de épocas en las que no había posibilidad de transportar nada. Son edificaciones adaptadas al entorno, cuyos materiales se pueden volver a utilizar, o directamente regresar a la naturaleza y al agua.
A los tres puntos mencionados también se suma la gestión de los residuos, y la protección de los espacios verdes, para absorver lluvias, y parques públicos amplios y en proporción a la cantidad de habitantes.
Es decir, las ciudades amigables con el medio ambiente son aquellas que están diseñadas y gestionadas de manera sostenible, con edificios y viviendas construidos con materiales respetuosos con el medio ambiente, espacios verdes y plazas abiertas, sistemas de transporte público eficientes, una gestión adecuada de los recursos naturales. Y a su vez la participación ciudadana y de la comunidad para lograr acuerdos sobre el medio ambiente.
En contraposición, las ciudades que no están en línea con las pautas mencionadas, no colaboran con el cuidado del planeta ni con el bienestar de sus vecinos. Y claramente necesitan cambiar.