Lunes. Fui a sacarme sangre. Hice doce horas de ayuno, me desperté bien y llegué sobre la hora de cierre. No había nadie. Casi no esperé. La extracción fue rápida e indolora. Después tomé un jugo de naranja y un café con leche en bar de la esquina de la calle Potosí. Se me acercó un hombre ya algo mayor con un barbijo. Me preguntó qué leía. “¿Usted es de acá?” Le mostré mi edición del Quijote. Pensó que era un médico del hospital, tal vez porque yo estaba con el barbijo celeste. “Ah, muy bien” me dijo cuando vio la tapa del Quijote. Le sonreí abajo del barbijo. Después me dio los buenos días y se fue.
Más tarde. Mucho calor en la ciudad. Se agradece. Es el clima ideal para escribir y leer. Todos se quejan, y yo, en silencio, lo prefiero, esa desesperación vital con calor y humedad me sirve, me es útil; con frío se vuelve insostenible. El verano aunque terrible aleja las sombras de la autoevaluación atroz y la breve fantasía del suicidio.
Martes. Sigue el calor. Soñé con un monstruo grande, como una bola con arrugas de un color rosado y un solo ojo. Yo estaba en una mesa en un gran salón, como de un club. El salón estaba vacío. Había un hombre sentado y sobre una silla, al lado suyo, el monstruo. El hombre hablaba riéndose. “¿Querés un caramelo?” le preguntaba al monstruo que no se movía. Una bola con un solo ojo y una boca cerrada. Estaba vivo. Vibraba como los seres vivos, sin moverse. No pestañeaba. “¿Querés un caramelo?” insistía el dueño. Después me decía, jocoso: “ayer atacó a un hombre y le arrancó el pene.” Yo, desde luego, sentía miedo.
Miércoles. Borges y el individualismo. Borges, en tanto que lector experto, individualista. La anulación de la subjetividad, ligada a la fobia. La impugnación del desborde subjetivo. Lo que entiende Borges es que el siglo XX, moderno al fin, es adorador de las ironías y las contradicciones. Y encuentra la forma de elogiarse, y hasta utilizarlas, en base a su fobia. La fobia de Borges es una forma de ser diferente, una forma de inteligencia en el siglo XX. En el camino, sin embargo, quedan muchas cosas. La inteligencia fóbica es muy parcial. Leo los relatos que Bioy escribió al final de su vida y que se publicaron con el título Una magia modesta. Me gustan. A veces la anécdota es apenas un trazo pero están muy bien escritos, con una economía que, justamente, no es fóbica.
Más tarde. Platón echó a los poetas de la República. Bueno, pero ¿los echó? No, dijo que mejor si los echaban pero ¿quién de nosotros va a echar a los poetas de la República? Hay que tener cuidado de firmar esa orden porque podemos estar decretando nuestro propio exilio. Napolitano en Twitter: “Dios mío, no permitas que convierta mi pobre neurosis en una declaración de principios.” Para incluir hay que excluir. Por lo tanto, muchas veces se tiene que incluir escondiendo la exclusión y así ser puros a los ojos de los consumidores. Si hay algo que no tolera el consumidor es la ambigüedad.
Jueves. Murió Federico Monjeau. Su cuenta de Twitter endorsa lo más ramplón del antiperonismo. ¿Será juzgado por sus ensayos sobre Stockhausen o por esos residuos? Hacer una necrológica siempre es hablar con un muerto.
Más tarde. Empieza el año 2021. Nada de cuarentenas apuradas, ni de expropiaciones, ni de cerdos voladores. Solo el frío numero de muertos diario al que ya nos acostumbramos.
Viernes. El sábado pasado volvía de Las Heras en Provincia de Buenos Aires y la combi que tomé me dejó en Avenida de Mayo y 9 de julio. El centro estaba vacío. Caminé un poco para ver si podía tomar un café. La Librería de las Luces habían puesto una mesa en la calle. Me acerqué. Enseguida elegí dos libros editados por el CEAL que salían 50 pesos cada uno. El primero es "La luz del nuevo día" de Hebe Uhart y el otro "La reina de las nieves" de Elvio E. Gandolfo. Entré y había dos hombres grandes, dos viejos, los dos con barbijos. Les di los buenos días y ambos me respondieron con una cortesía enfática. Pagué. Parafraseando a Baudelaire, Buenos Aires, ma grande, mon unique, ma primitive passion.