Lunes. Ayer, visita al Museo Histórico de San Telmo. Nos detuvimos un poco de más en la pequeña sala dedicada a la fiebre amarilla que sufrió la ciudad durante la presidencia de Sarmiento. En un panel se lee: “Todos amarillos: los muertos por la enfermedad, los vivos por el miedo.” Nuestra epidemia del siglo XXI fue otra cosa. ¿Se puede comparar? Miedo sí, pero poco, ajustado, nada desbordado, miedo como incisiones precisas, paranoides, ocasionales. Y sobre todo el miedo como incertidumbre, que es la verdadera epidemia de este siglo. Volviendo desde San Telmo hacia Constitución, sobre la calle Brasil, le saco fotos a la Parroquia Santa Catalina de Alejandría. La arquitectura dura y oscura me habla. ¿Qué pasa ahí? ¿Qué se puede imaginar en ese barrio? Quiero escribir un diccionario en el verano. Un diccionario gótico de Buenos Aires. O quizás eso sea mucho. Habría que ajustarlo, acotarlo. Debería ser un diccionario gótico de un barrio. Constitución y Flores son ambos barrios góticos. Ambos podrían servir. Un diccionario gótico de Buenos Aires es simplemente demasiado.

Martes. Para haber estado un año y medio hablando todos los días con la máscara invisible de la muerte, la situación de casi normalidad actual es bastante irreal. “Todo es irreal menos la Revolución” decía Lenin. Hoy todo es irreal menos Internet. Internet, el único camino real. Ahora toquemos.

Más tarde. Notas del Museo Histórico. La guitarra de Rosas, el manuscrito del Martin Fierro, la máscara mortuoria de Urquiza, que parece Mussolini (sobre el pómulo derecho quedó registrado una marca de bala. O sea que le pegaron al menos un tiro en la cara. No tenía presente ese detalle.) La historia argentina a través de artefactos y objetos un domingo a la tarde. El clima era de primavera. Tomamos una cerveza sobre el boulevard en un bar que se llama Nápoles.

Miércoles. Leo los poemas que Baldomero Fernández Moreno le dedicó a Flores: Flores, barrio de la cabalgata...

Jueves. La semana que viene me voy a Ushuaia. Es un viaje que tenía programado para abril del 2020. La demora de un año y medio es mucho más que un año y medio. Hay una larga lista de muerte en esos meses, hay muchos experimentos, mucha irregularidad, mucha excepcionalidad. Ya nadie hace diarios de la peste en Internet. Esto marca una disforia. A la modernidad no le gustan esos entusiasmos negativos, ese lento triunfo de la rutina. La epidemia se apaga y nosotros nos apagamos con ella. No hay drama, y sin embargo, hay un dejo de malestar también en ese volver a ser lo que somos. Diario de la peste disfórica. La enfermedad retrocede matando a los rezagados, que ya no le importan a nadie. “San José de Flores de las más altas horas/ que otro diga los pétalos fríos de tus auroras...”

Viernes. Mavrakis manda una noticia. Los sismos en Japón hacen sumergir en las playas barcos de la Segunda Guerra. Siento que podría usarlo en una narración. Mavrakis dice que es algo herzoguiano. No es una mala lectura, una combinación de historia reciente e hiperrealismo concentrado. Yo lo veo también como algo inevitable. Cuando todo tiembla, lo que queremos olvidar sale a flote. Y nos damos cuenta de que lo amamos a pesar de nosotros mismos.