Viernes. Me levanté a las siete, llevé a Carmelo al colegio, volví, le hice el desayuno a Mia Antonella, que se fue a trabajar enseguida y después estuve en silencio escribiendo. A las once se despertó Pierina y fuimos a recorrer dos librerías del barrio que yo no conocía. En la primera había estado hace unos años para llevarme un libro que había comprado por Internet. Pero esta vez nos quedamos. Es una librería pequeña de libros usados y tiene un estante dedicado a Stephen King. Ahí compré el libro del coronel Forti sobre Malvinas.

Después fuimos a una más grande, de saldos, sobre Rivadavia donde Pierina eligió El doble de Dostoievsky y uno de cuentos también de Dostoievsky. Y yo compré uno de Freud, muy barato, y una edición nueva saldada de Boogie el Aceitoso. También una especie de álbum de hace quince años sobre Tristán e Isolda que trae dos discos compactos que a Pierina le hicieron gracia. ¿Quién usa eso ahora? El cuaderno, muy bien editado, con fragmentos de la ópera comentados en alemán y español, tenía la misma edad que ella. Después fuimos a almorzar y la guerra entre Rusia y Ucrania ya tenía más de un día de duración y muchos hablaban de la Tercera Guerra Mundial, lo cual expresaba más un deseo que una verdad.

Sábado. Leo Los cardos del Baragán del escritor rumano Panait Istrati. Baragán significa “tormenta” en turco o en mongol, y los gitanos lo usan para definir una llanura del sudeste de Rumania.

Domingo. Robles me cuenta que el novio de su hermana es tatuador y que todos los tatuadores sin manos son realistas. Me lo dice por audio de Wasap. Hablamos mucho con Robles así. Nos entendemos. Somos amigos. Tenemos los mismos intereses. Entonces nos contamos historias por audios. Historias, anécdotas y también partes de los libros que estamos leyendo. A veces sus audios me llegan cuando estoy ocupado y los postergo. Pero otras veces solo los guardo para los viajes en subte o en tren. Ahora estoy en Las Heras, en la casa familiar, intentando usar los feriados de carnaval para descansar. Llovió mucho ayer y el campo está húmedo. Y así escucho que Robles me habla de los tatuadores sin manos. Hay muchos estilos de tatuaje, desde luego. Está el japonés, el maorí, los que tatúan personajes de historieta, y hay otros, y está el realista y el hiperrealista. Robles no me explica qué es el hiperrealismo en tatuajes, pero insiste en que los tatuadores sin manos son todos realistas. Se dedican al realismo. “Por ejemplo, los que piden que les hagan la cara de la madre, esos buscan tatuadores realistas” me dice Robles. Cuando le pregunto quiénes son los tatuadores sin manos, me responde que son tatuadores que no tienen manos, que las perdieron en una accidente o que nacieron así, y tienen manos ortopédicas o mecánicas. Y luego improvisa una teoría en la que tatuar realismo es lo que pueden hacer porque los tatuajes abstractos demandan otras técnicas. Yo creo que los tatuadores sin manos, que según Robles no se conocen entre ellos -este dato es, desde ya, inverificable-, yo creo, digo, que los tatuadores sin manos se dedican al realismo porque buscan el reconocimiento directo de sus clientes. No son artistas de vanguardia, sino artesanos metódicos, dedicados, que pueden rubricar y cotejar su obra con la realidad, con una foto, con una cara. No hay interpretación, siempre receptiva a la objeción, sólo una técnica, perfecta, corroborable. Robles dice que es posible. Lo convence su idea. “Si son realistas, y son buenos, nadie puede decirles mancos, o que no saben lo que hacen, la falta de medios los hace rigurosos, obsesivos” me dice Robles. Y entonces agrega que, para fin de año, cuando por Ballester pasaban los pintores sin manos por su casa de la infancia todos sus cuadros eran realistas también. ¿Pintores sin manos? Es un contraataque en el que caigo sin mediaciones. “Venían a fin de año a mi casa” dice Robles. ¿Los pintores sin manos iban a tu casa? “Venía una mujer con un catálogo y ofrecía obras realistas, aunque no tan realistas como los tatuajes de los tatuadores sin manos, y decía, la mujer, que esa eran obras de pintores sin manos” dice Robles. Y después agrega: “Seguro era todo mentira, era una pequeña estafa de esa mujer, pero la idea de un hombre que pinta sin manos es, extrañamente, un muy buen argumento de venta…”

Lunes. Existe una lengua de Internet. Existen géneros, vocabularios, sintaxis, usos y verdades en la comunicación digital. Para aprovechar los espacios que nos brinda la plataforma, hay que evitarlos, rechazarlos, de ser posible atacarlos y destruirlos. Sobre todo habría que ir contra la lengua ya institucional de las redes sociales. Como es costumbre, las redes sociales fueron un ejército que llegó para liberarnos y nos terminó sometiendo. Una llanura con fantasmas.

Martes. Extraña conversación con mi madre, hastiada de la ignorancia del periodismo político argentino. “No escucho a nadie que no tenga título universitario” me dice. “Bueno, no sé” digo. Me mira inflexible. “Algunos periodistas estudiaron en la universidad” comento. “¿Tienen título? ¿Se recibieron?“ dice ella. “Hay bastantes que son abogados” respondo. “Entonces los escucharé o leeré” dice ella. “Es verdad que con una educación gratuita, de calidad…” pienso en voz alta. Mi madre asiente en silencio, seria. “¿No escucharías la opinión de Borges?” pregunto. “¿Tiene título universitario?” pregunta ella. Le digo que no. Ella también me dice que no. Yo agrego: “Pero es nuestro mejor escritor, con Sarmiento, que tampoco tenía título universitario…” Ella: “Si no tiene título…” Yo: “Sí, ya entendí.” Hay algo en esa posición que me parece, pese a todo, bastante atendible.

Miércoles. El que lee puede escribir. Y el que escribe puede leer. Pero no son lo mismo. Escribir no es un acto volitivo. Se parece a pelear con las manos, a manejar un auto, a defecar. Hay bibliografía sobre este particular.