Viernes. Semana larga. (Aunque hablé con mi madre y me dijo que a ella la semana le había parecido corta y me hizo pensar lo mismo.) Trabajo en el libro de Pino. Es de él y es mío al mismo tiempo. Aunque supongo que es más de él y que en eso consiste mi trabajo. Si todo va bien lo voy a tener terminado en dos semanas. Después de eso voy a empezar con el San Luis. No puedo escribir dos libros al mismo tiempo. (Es un viejo consejo de Henry Miller que aprendí de Strass.) Puedo llevar este diario, puedo tomar notas, puedo incluso escribir mi novela de Facebook (la que de hecho va muy bien) pero no puedo trabajar en dos libros al mismo tiempo. No puedo hacer dos investigaciones al mismo tiempo. Tiendo a programar todo. ¿Qué voy a hacer el año que viene? ¿Voy a poner al submarino ARA San Luis entre mi tiempo y mis ganas de escribir una nueva novela? Es una forma de posponer novelas. Hacer investigaciones. Creo que es hacerme trampa. Pero, al mismo tiempo, cada vez que leo algo más, o veo un documental, o veo una película, más cerca estoy y más interés tengo en el San Luis.

Sábado. Hoy, noche de los museos, un incordio. Miles y miles de personas salen a la ciudad nocturna a buscar museos. Es simpático, siempre y cuando no trabajes en un museo. (El museo es lindo cuando está vacío. Pierina el otro día me lo dijo y eso me alegró. Me alegró que se diera cuenta de eso.) Sé que me voy haciendo viejo porque prefiero releer algunos libros a empezar uno nuevo. (Lo de Javier Tomeo no solo no me gustó, me pareció malo. Se lo dije a Napo, pero él hizo una lectura tan buena de cómo leo y escribo que no pude explayarme.) Ayer, conversación en Plaza Irlanda con el doctor Rosé mientras Carmelo jugaba. Hablamos de Alan Pauls, de la década del 80 y sus escritores, de la revista Babel. Me puse pedagógico. (Espero no haberlo aburrido.) Después fuimos a comprar un helado. El doctor Rosé optó por una Coca-cola. Y enseguida hablamos de Alan Moore. Me gustaría que él y Mavrakis escribieran un libro sobre Alan Moore. (Libro que por otra parte ya tienen bocetando en varios ensayos de Revista Paco.)

Más tarde. Revisando fotos para el libro de Pino encuentro una de estante en una librería. ¿Cuál? No sé. Arriba del estante y los libros se lee Guerra. Las armas y las letras, otra vez.

Domingo. Me paso el dia solo y leyendo. La soledad nunca fue un problema para mi, sino una oportunidad, una de las formas de la felicidad.

Lunes. Debería publicar mi breve comunicación sobre Di Benedetto del 2006.

Más tarde. Fantasía. Sacar un pasaje de avión y volar a Roma. ¿Cuánto tiempo? Quince días. Veinte. Puedo hacerlo. Aunque mis hijos tienen que quedarse con la madre, y hay que arreglar vacaciones en el trabajo y algunas cosas más. (En mi familia gastar dinero e irse de vacaciones siempre fue una forma de fantasía.) Buenos Aires y su rutina me retienen. (Eso quiere decir que soy feliz acá y así.) No rechazo la belleza de Roma. Incluso podría ir a Cosenza. Aunque allá está empezando el invierno y el frío y se terminan los baños en el mar. (¿Tendré la iniciativa de irme en agosto del año que viene?) Tengo el dinero y el tiempo pero no tengo la curiosidad. Ya sé cómo va a ser ese viaje. Qué lugares voy a ver, qué voy a escribir y qué libros voy a comprar. (Y tengo que decirlo, hay en mi un poco de miedo a esa felicidad en Italia. Como sí no lo mereciera. Los italianos del sur nacimos así: no merecemos nada. No hay que desestimar la demolición mental que significa el eje Italia-Argentina.) Mejor sería ir a Rumania, donde no conozco el idioma, donde Bucarest seguro está llena de pequeñas comprobaciones y sorpresas. (Hablo con Robles sobre un libro que debería escribir sobre Murnau. Otra fantasía. Murnau desde Buenos Aires. La sola idea me alegra.)