Domingo. 25 de diciembre. Mi abuelo habría cumplido cien años ayer. Mis dos abuelos eran del 16, hijos de la Primera Guerra. También cumplió cien años el Curso de lingüistica general de Saussure. Un tercer abuelo putativo, el abuelo crítico. La genealogía podría empezar por ahí. Ayer Papa Noel me trajo Billy Bond y la pesada del rock and roll de Ezequiel Ábalos. Empiezo a leerlo hoy mismo. Quizás el siglo XX pensó demasiado en sí mismo y nunca se preparó para el siglo XXI.
Lunes. En Twitter todas las guerras son la batallas neurótica del narcisismo. Hay pantanos en el sudeste asiático menos infectados de muerte. La culpa es de Sarmiento que nos hizo creer que el conocimiento nos haría libres. Cioran, 1979: “No hay obra que no se vuelva contra su autor. El poema aplastará al poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento al hombre de acción.” El País de España titula: “Cada 14 días muere un idioma.” La bajada: “En los últimos 10 años han desaparecido más de 100 lenguas.” Los que mueren, en realidad, son los hablantes nativos. Igual algo de angustia genera esa perdida. Pero, ¿deberíamos ser tan humanistas?
Lunes, más tarde. Ah, la vieja Maestra Ciruela llamada Censura, esa no se va, late en cada uno de nosotros. ¿Y qué pasa con Internet, la máquina narcisista? No sorprende tanto que un dispositivo que sirve para comunicar masivamente a los seres humanos finalmente proponga el suicidio.
Martes. Ránki Dezső hace que Haydn suene romántico. Pero ya algo de eso hay en Haydn. Predisponerse contra nuestros prejuicios románticos siempre trae sorpresas. La música que escuchamos en el verano tiene otra melancolía, una resto de positividad y de esperanza. Luigi, en Twitter: “Todos los días confirmo la gran veracidad de la máxima talleyrandiana tout ce qui est exagéré est insignifiant.”
Miércoles. Breve y contundente ensayo de Mavrakis en Revista Crisis sobre novelas de Mairal y Erlan. Dice que son novelas escritas de forma pusilánime y que van en sintonía con los tiempos que corren. Toda esa ultramierda afectada del hombre sensible que no hace nada de su vida y pierde mujeres y dinero y se conforma. Es una pieza muy bien escrita la de Mavrakis. A mí esas representaciones me interesan menos que el tuco que tienen las feministas en la cabeza hoy. Las novelas no pueden ser otra cosa que epifenómenos o residuos de esa corriente de liberación de la nada. Igual permitieron un bello y preciso texto y eso está bien pero es mérito de Mavrakis. Agregaría algo más. ¿Al feminismo? No son derechos adquiridos los que pierden los hombres que patalean frente a ese huracán de histeria y denuncias al boleo en que se transformó la cosa sino que todo perdemos un poco la voz del padre. Ellas quieren matar al padre por control remoto y lo que logran es un cúmulo de confusiones varias y angustia. Me hace acordar al niño que mezcla, esperanzados, todos los colores de plastilina y no te queda un arcoiris sino una masa de color grisáceo. Logradas las grandes banderas, conseguidas las reivindicaciones del siglo XX, el feminismo, en vez de refinarse, ingresa a las redes sociales, se hace masivo, se resetea y especula de esta manera: tiremos con todo y a todos, sembremos la paranoia, nadie está libre de culpa, en algún momento le vamos a dar al Padre y lo vamos a matar. Pero ese barrido de ametralladora discursivo y policial, esa pesca con red, no funciona. Cualquier estudiante avanzado de psicoanálisis sabe que al Padre no se lo pesca con explosivos, se necesita un anzuelo muy sutil y mucho trabajo de tire y afloje, y así y todo siempre tenemos los versos de Emerson: “They reckon ill, who leave me out, when me they fly, I am the wings.” O sea, que el Padre siempre está merodeando y ahora bien la voz del padre sí se desfigura y ¿saben qué pasa cuando pasa eso? Se desatan los linchamientos, la histeria, la violencia física, a uno mismo y a otros, porque como todo está permitido nada está permitido y aparece el abismo y luego la dulce angustia psicótica. Pero, al final, después de tanto gasto, no hay forma de anular la voz del padre. Entonces se hacen feministas, veganas, ecologistas, drogadictas, artistas, o todo junto. El sacrificio aparece renovado, o más bien remozado, pero es siempre el mismo, los veganos son una cuaresma judeocristiana extendida, las otras son las monjas que se consagran al Dios matriacrado, etcétera. El problema es que el gasto de la heterodoxia te descompone y su goce es muy caro y dañino. Cuando se maneja atolondradamente lleva a la autodestrucción. No se trata de autoafirmación sino del mito de narciso que, hay que decirlo, resulta brutalmente suicidario.
Jueves. “¿Tendrá algún sentido esta vocación mía?” se pregunta Roger Pla en sus diarios. Yo también me hago esa pregunta a veces pero a diferencia de Pla ya no dudo tanto. La respuesta es muy clara: no, no tiene sentido. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, éste hago.