Domingo. Soñe que iba a visitar a Ricardo Piglia a una casa custodiada. Había efectivos militares en un gran playón de entrada. Algunos incluso hacían ejercicios de combate. A la casa entraba con un grupo de escritores de mi generación, algo fantasmales. Ellos tenían miedo. Yo no, yo quería hablar con Piglia. Unas mujeres nos llevaban a una sala decorada con objetos blancos. Era una salón bastante pop, amplio, algo sesentista. Piglia llegaba y yo quería hablar con él, sí, pero él no hablaba. Después se iba con ese gesto tan definido que tenía de desinterés por las cosas desconocidas.

Lunes. Sale una novela bélica que escribí sobre Malvinas. Hay un telépata, espías soviéticos, coraje que pasa inadvertido, un poco del aceite siniestro de la Argentina del siglo XX.

Martes. El extravío de marzo. Trato de concentrarme. Hay zonas de mi Drive a las que no quiero ir y otras a las que sí. Las que elijo siempre son residuales como si empezara el paseo por el basural. Mi escritorio en línea, mis archivos, my own private pantano mental. Was ever woman in this humour woo'd?

Miércoles. Leo sobre la “melancolía agitada” de Cotard. Pero esta época me toca la “melancolía simple” según Emil Kraepelin. Lehrbush der Psychiatrie, 8ª Edición. Barth, Leipzig (1909-1913). Traducción de Clara Manzano. Editorial Polemos. Argentina. 1996. Resumen psicopatológico del texto de Kraepelin. Clasificación de la melancolía según tipos clínicos y gravedad. ¿La melancolía simple? Inhibición psíquica simple, sin delirio ni trastornos sensoriales. Cognición: pensar, embotado, tonto, sin ideas, todo se mezcla. Y vemos una falta de comprensión. Lectura, conversación. “No puedo leer, no me centro.” Falta de atención, sin memoria. Fatigado, abatido, vacío. Nada le causa placer, sin interés, ni alegría. “Sólo ve lo negro y lo difícil” dice Kraepelin. Terrible. Sin embargo, lo peor es: “No puedo leer, no me centro.”

Jueves. Una compañera de trabajo: “Ayer se ahorcó el tipo que atendía un kiosco en la facultad donde trabaja mi marido. Se colgó. Cerraron el kiosco, que queda en el patio, y pasaban los alumnos y nadie paró de hacer nada. Antes de que llegara la ambulancia o la policía, lo mandaron a mi marido a congelar la cuenta sueldo del ahorcado. Y no pararon de trabajar, creo que eso es lo peor. Y después vino una ambulancia y se lo llevaron. Y él me llamó y me contó todo eso, y no reaccionaba.” Después otro compañero de trabajo me dijo que en una reunión que tenía su novia con jefes de la empresa donde trabaja se murió un directivo de cuarenta y siete años de un paro cardiaco. Me lo imaginé cayéndose sobre una mesa larga y rodeado de sillas, respirando con dificultad. Los gritos. Nadie lo toca. Convulsiona. Se detiene. Convulsiona un poco más. Se muere.

Viernes. El domingo es 2 de abril. Pienso un poco en Coleridge: “Water, water, every where,/ Nor any drop to drink.”