El peso del talento -o el más gracioso, hiperbólico y original en por lo menos dos sentidos The Unbearable Weight of Massive Talent- es uno de los mejores estrenos en mucho, mucho tiempo. Uno que un cine olvidado necesitaba, necesita y necesitará. Un cine olvidado, el cine olvidado. El cine que se va; el cine que supimos conseguir, amar y recordar.
El cine en el que las carreras de los directores -y los actores- eran conocidas y las conocíamos, las compartíamos, comunicábamos el entusiasmo, las frecuentábamos, tratábamos de ponernos al día. Incluso lo hacíamos cuando no era ni de lejos tan fácil como ahora obtener la información ni las propias películas. En algún momento de los noventa del siglo pasado -el siglo del cine- quise ver todas las películas en las que había actuado Michael Caine, y escuchaba también la canción de Madness sobre el señor actor inglés, que había actuado mucho pero mucho, desde hacía décadas. No era fácil buscar todo, y prestar atención a la revista del cable, etcétera. El cine de actor como una clase posible de cine de autor, o de cine firmado. O, por lo menos, mirado como tal. O incluso con algo más: el fanatismo devocional, eso que creo que nunca me pasó. Pero para entender esas emociones están las películas, películas como El peso del talento, en la que Nicolas Cage hace de Nicolas -Nick- Cage, pero no es el real sino uno verdadero o, mejor aún, uno cierto. Es verdad, pero no es cierto, decía poéticamente Ezequiel Martínez Estrada. O se lo hacía decir a un matemático. ¿Y quién dice todo lo que dice esta película? ¿El director Tom Gormican, también guionista junto a Kevin Etten, que sin antecedentes relevantes se despacha con algo así como una película insoslayable? ¿O todo esto lo dice el cine, ese espíritu superior que anima estos relatos que se basan en lo que queda del mito, de los mitos, o al menos en la potencia de la estrella? ¿La mirada que crea a la estrella es la del espectador devoto? ¿Ese magnífico personaje interpretado por Pedro Pascal es un recurso renovable, reutilizable en otras películas que puedan inspirarse en El peso del talento? ¿La devoción crea a la deidad? Puras preguntas inconducentes ante una película así de afirmativa, así de feliz, así de divertida -sí, en este caso aplica contundentemente ese término tan relativizado-, así de consciente de que al cine hay que defenderlo. Defender su posibilidad de apasionar, de narrar, de convertir las vidas en aventuras memorables. La posibilidad de encontrar el alma no digamos gemela sino -mejor- compatible, que sabe qué película tenías que ver porque allá había una emoción que no sabías que estaba, y que te reconecta con el cine y con mucho más. En El peso del talento se rinde homenaje al dato acerca de esa película que no tenía “las credenciales” para ser recomendada pero sí para ser querida y atesorada. La clave de Paddington 2 está y la entendemos quienes hemos buscado y buscado esas películas de “la gran coincidencia”. Y la clave del final con la canción -casi la última canción- de Warren Zevon es que hay que entender que esa canción de despedida ahora… ¡está hablando del cine! Escuchen, vean. Escuchen, vean. Quisiera darles más detalles acerca de El peso del talento, pero verla fue tan pero tan apasionante que recuerdo -más que los detalles- una sensación de emoción difícilmente comparable, esa sensación del cine que tenemos que defender porque es nuestra historia. Sí, El peso del talento tiene acción y comedia. Y, sobre todo, tiene el don de la gracia y el regalo de la fluidez. Corran.