Era imposible según todo aquello en lo que creíamos, pero se murió Tina Turner. Era imposible, o al menos eso creíamos los que vivimos los ochenta, primero como niños y luego como adolescentes. O al menos eso creía yo. No estaba para nada en mi horizonte que se muriera, si hasta -insensato, tal vez- había logrado que mi hija menor pidiera sus canciones una y otra vez el año pasado mientras la bañaba. Con dos años, Azul pedía a repetición “The Best”, que ella llamaba “Simply The Best” -también fuera del agua pedía el video con el caballo-, en una media lengua que ya era más bien tres cuartos, y después pedía directamente Tina Turner, sus canciones. No, no se me ocurría que se pudiera morir Tina, si la veíamos con David Bowie -otro favorito de Azul- y ya se había muerto él, ya era más que suficiente.
Tampoco se me ocurría a principios de los noventa que alguna vez iba a conocer a la actriz que interpretaba a Tina Turner en la biopic What's Love Got to Do with It; una película bastante mala que tomó el título de una canción bastante mala que significó el éxito para la nueva vida profesional de Tina. Me parecía imposible conocer a esa actriz de Hollywood, pero algo así como quince años después de ver esa película en el Atlas Santa Fe fui con Angela Bassett a comer por el Abasto. Cosas que pasan. Y hasta pasó esta cosa ahora de que se murió Tina Turner, algo imposible, porque ya estaba ahí cuando los que nacimos en la primera mitad de los setenta empezamos a ver videoclips en la segunda mitad de los ochenta, y los VHS con las Mad Max. Es imposible -nos dicen que decimos que por eso es imposible- que se muera alguien que nos recuerda nuestra mortalidad y todo lo demás. Y sí, llamen a Freud, o llamen a Moe, que Larry está en cualquiera.
Al ver hace algunas semanas el afiche -o más bien una esquina pintada o lo que hagan ahora con esas cosas- de Guardianes de la Galaxia volumen 3 pensé que era imposible que fuera buena. Sí, a pesar de que la dirigía James Gunn, que junto con J. J. Abrams y Taika Waititi son de los pocos directores que pueden manejar con prestancia esos monstruos cinematográficos que son las películas de las grandes franquicias. Aún así, me parecía que había demasiados personajes ahí pintados o fotografiados, demasiados colores, demasiado dinero invertido, que era imposible que la tercera parte recuperara esa emoción, esa potencia, esa musculatura emocional que ponía a andar las dos primeras entregas. Pero lo imposible porfía en ocurrir una y otra vez, y Guardianes de la Galaxia volumen 3 es una de las películas que puede no solamente exhibir una vitalidad a toda prueba sino que además prueba que puede regenerarla a cada rato, si hasta nos hace pensar que eso -imposible- es fácil. Creíamos que era imposible que las peleas se entendieran en este mundo de gran presupuesto y de grandes digitalidades, y que fueran inteligibles y que no fueran un barullo, y que hubiera muchos personajes buenos haciendo cosas a la vez contra otros muchos personajes malos que hacen otras cosas opuestas a la vez y que -milagro de lo imposible- se haga todo eso de forma deslumbrante y comprensible y en un plano secuencia y no nos ametrallen a cortes. Y que además el plano secuencia muestre una cantidad imposible de movimientos. Si hasta dan ganas de ver otra vez Guardianes de la Galaxia volumen 3, pero hay que tener cuidado porque hay muchas funciones dobladas, que cada vez son proporcionalmente más. Sí, eso que parecía imposible ya pasó, nos pasó por encima: hay cada vez más funciones dobladas de cada vez más películas que se estrenan en Argentina. Y lo que se dobla, en cine, después se rompe. Parece imposible revertir este desastre, pero hay que hacerlo posible. Si, se puede, porque como bien vemos -y vemos y escuchamos bien a los Guardianes, menos la música que no son las canciones-, es posible hacer una película así, que hasta podría ser nula y estaría justificada para llegar a ese final con el mayor chiste musical de la historia: ese que parecía imposible, el de un personaje pomposo pero al final bonachón que, claro, dice una frase pomposa y bienintencionada sobre, claro que claro, Adrian Belew y su música con y sin King Crimson. Si lo que parece imposible en tantas y tantas películas grandes y meramente grandotas o infladas, eso de que los personajes importen y que tengan encanto y personalidad aunque sean muchos y se presenten a velocidad, acá se logra en una y en otra y en otra secuencia. Quizás se pueda decir y no sea del todo falso o imposible, que estos personajes y sus relaciones y sus diálogos y su lealtad amistosa y kilombera rompen todas las reglas, como bien cantaba y bailaba Tina Turner con esas piernas imposibles.