Hace décadas, los estrenos cinematográficos organizaban la conversación crítica, las discusiones, las charlas: la agenda de quienes estaban interesados por el cine se regía en buena medida por las películas que se presentaban cada jueves. Grosso modo, con el cambio de siglo esa lógica fue cambiando, pero no por la caída del poder de seducción de los estrenos en general sino más bien por la concentración de ese poder en cada vez menos películas con más y más y más copias para el lanzamiento, cada vez más un desembarco bélico. Y se empezó a perder la crítica, y un poco también se empezó a perder el cine. El cinematógrafo es -debería ser, debería indicar- variedad de cine, variedad de películas, variedad de cartelera, variedad de enfoques, de estilos, de géneros.
Este texto no quiere ser exacto ni justo ni ecuánime ni desplegar cifras -he escrito unas cuantas notas en el último cuarto de siglo con números de espectadores, de copias y de variedad de películas, y esos textos pueden buscarse- pero ahora quiero concentrarme en desconcentrarme, o en realidad quiero concentrarme en decir que pocas veces hubo una creación de expectativas tan pero tan pero tan obscena como con Barbie y Oppenheimer, películas de Greta Gerwig y Christopher Nolan, respectivamente.
Directores cuya obra más reciente no me interesó demasiado ver o seguir viendo después de algunos minutos.
Pero había que verlas y también hay que ver ya mismo Barbie y Oppenheimer, me dirán.
Bueno, así estamos, así estoy.
Vi los trailers de Barbie y Oppenheimer y me dieron más ganas de salir a caminar, o de huir, que de verlas. Quizás alguna vez vea Barbie, o no. Quizás nunca vea Oppenheimer; por lo pronto, ya vi la imprescindible Lluvia negra de Shoei Imamura, y ya escuché “Hiroshima (un grito que no termina)” de Raúl Porchetto. Quizás esté equivocado y debería ver Barbie y Oppenheimer porque Pauline Kael nos enseñó sobre las malas películas clave. ¿Pero cómo saber si son malas si no las veo? ¿Y cómo saber si son clave o son un clavo, como decía mi padre? Igualmente, en la campaña de Universal sobre Oppenheimer reza que “una de las mejores películas del año llegó a los cines”; sí, seguro que sí, pero prefiero no comprobarlo por ahora.
También podría verlas dentro de mucho tiempo, para no entrar en esta estupidez de la mega operación de mega prensa mega global, una lógica imparable, un desembarco militar, una bomba publicitaria, la gansada esa de “Barbenheimer”, la cantidad de “notas” acerca de que dos películas muy esperadas (?) se estrenaban el mismo día. Y acá está buena parte del problema, acá está quizás la madre del borrego. En el libro Las guerras del cine-Cómo Hollywood y los medios conspiran para limitar las películas que podemos ver, Jonathan Rosenbaum ya se preguntaba desde cuándo al público le empezó a interesar supuestamente la recaudación de las películas, una información que antes era más bien consumo de los productores, distribuidores, exhibidores, etc. Ahora parece que al público también le importa que dos películas de esas que salen con muchas copias se estrenen el mismo día. Ajá. Lo que está detrás de esto -lo que subyace- es la idea de que una película cope todo, que sea la única que hay que ver, que la diversidad del cine siga menguando. Pero el cine resistirá. Sí, resistirá, el futuro es muy grande, más grande que las ínfulas de Nolan. Y resistirá si nos damos cuenta de que en los trailers de Barbie y Oppenheimer hay poco cine y mucha imagen hecha para casar con miradas a las que hay que convencer sin tiempo, con apuro, con demasiadas cosas que pasan alrededor, imágenes de pregnancia garantizada porque parecen posteos del Instagram o del tic toc o las tic tac o el tiki-taka. Imágenes para convencer a quienes ya están dispuestos a dejarse llevar por la anestesia global. Sí, no las vi, ya sé, pero ya hay mucha gente que las está viendo, ya es suficiente. Por ahora prefiero vivir afuera -como decía el título de la novela de Fogwill- de estos dos fenómenos ya fenomenados antes de que uy sí fueran unos fenómenos fenomenales fandom pipón. En todo caso, prefiero otras imágenes de cine global, catorce segundos de imágenes del -y alrededor del- primer gol de Messi en Miami, con el asombro genuino de Serena Williams, el festejo de una Spice Girl y el desopilante desconcierto de una Kardashian. Catorce segundos que vi y que son mucho mejores que los trailers de Barbie y Oppenheimer, que también vi y qué fenómeno todo.