Mundo Cine

Hubo un tiempo en el que aparecían películas como Body Heat, aquí llamada Cuerpos ardientes. De un director nuevo, con magnífica conciencia del género que quería hacer y las tradiciones que quería honrar. Y, a la vez, sin los modismos del que hace cine como mero homenaje, como metacine. Algo así, o qué sé yo si era así, tenía en la memoria acerca de esa película de 1981 y que había visto solamente una vez en algún momento de fines de los ochenta o principios de los noventa en un VHS que se veía más o menos bien, o más bien más o menos mal. Porque los VHS, en general, no se veían bien, especialmente los VHS de edición local. Pero ese es otro tema. El tema es que ahora, en 2022, volví a ver Cuerpos ardientes, con cierto temor: no toda película soporta bien el paso del tiempo, o el paso y el peso de nuestro tiempo.

En el medio de este film festivo, o más allá del medio y más cerca del fin del film, de repente caemos en la cuenta de que estamos viendo una película en blanco y negro que parece haberse tirado de cabeza -o de panza y con ruido- en el universo de Ingmar Bergman. O, para decirlo con los términos que les gustan a ustedes los jóvenes, Thor: Amor y Trueno hace chistes con multiversos sin comerse el verso. Así las cosas, o porque así nos convocó con alegría Taika Waititi, Christian Bale hace de la muerte y nos trae a la memoria El séptimo sello mientras pensamos en Persona y en Gritos y susurros. Pero no nos burlamos de Bergman sino que lo homenajeamos con Waititi. Y todo esto en una de superhéroes que es una grandísima comedia, como Thor: Ragnarok pero incluso mejor.

Escucho a Roberto Goyeneche, me dice que estás desorientado y no sabés / qué "trole" hay que tomar para seguir / y en este desencuentro con la fe / querés cruzar el mar y no podés. Estoy desorientado, desencantado, desencontrado. Vi Licorice Pizza y no tendría que haberlo hecho. Las películas de Paul Thomas Anderson deberían gustarme todas, deberían encantarme. Es uno de los grandes, uno de los directores que más quiero, o eso digo, o eso decía. Escribir sobre una de sus películas, Boogie Nights, me cambió la vida -varias vidas- porque me permitió entrar a la revista El Amante. Pero ya está por pasar medio siglo desde ese momento, es decir casi la mitad de mi vida.

En algún lugar del primer tomo de las 1.400 páginas de la muy recomendable biografía sobre Elvis Presley de Peter Guralnick, pueden leerse algunas recomendaciones de actuación que le hicieron a Presley: “Richard Egan le dijo que el truco estaba en ser uno mismo, y Davis Weisbart insistió en que las clases de interpretación probablemente le arruinarían como actor ya que su mayor virtud era la naturalidad”. Seguramente nadie le dijo nada ni remotamente parecido a Austin Butler, el actor californiano que interpreta a Elvis en Elvis de Baz Luhrmann, quien quizás hasta lo haya alentado para que hiciera todo lo contrario a eso que le aconsejaban al Elvis de verdad.

Ahora dicen que murió James Caan, incluso lo han escrito y anunciado con palabras así, o parecidas, de esas que hablan de la muerte y de que acaeció en Los Ángeles. Pero vaya uno a creerle al periodismo; creanle ustedes, que le creyeron antes, en 2019 y en 2020 y siguen y siguen. Por otro lado, es imposible que haya muerto Caan, porque si había un actor -o una forma de vida- inmortal era James Caan.

Hace unos meses alguien escribió en Twitter que quizás en la programación del Bafici estuviera incluida C’mon C’mon de Mike Mills. Poco después me enteré de que esa película estaba comprada para estrenarse en Argentina incluso antes de que empezara el Bafici por lo tanto ni nos molestamos en considerarla. Semanas después de terminar el festival me dio curiosidad ver C’mon C’mon, protagonizada por Joaquin Phoenix, Gaby Hoffmann y el niño Woody Norman. La película tenía “buenas críticas”, un promedio de 82 sobre 100 en términos de puntaje en Metacritic.

Tom Cruise hace cine. Demuestra cine. Hace que el cine sea ir al cine. Se pone otra vez el traje, la coraza, el disfraz serio y también humorístico del héroe y hace volar todo por el aire y los aires otra vez, en una película pirueta y de piruetas. Tom Cruise, otra vez, y otra y otra y otra vez, cada tanto, revive ese cine que nos hizo amar el cine, la sala de cine. Con todas las Misiones imposibles, con la primera Jack Reacher, con Minority Report, con Guerra de los mundos, con Day & Knight. Con otras más y también con esta Top Gun Maverick. Tom Cruise se ríe y vuela. Y vuela vuela, y hace chistes.

Resulta que escribí un libro que se llama Buenos Aires sin mapa, está editado por Serie Gong y desde el 1 de junio estará en las librerías. Y tiene texto -300.000 caracteres divididos en 48 capítulos- y 125 fotos a todo color (además de escribir saqué miles de fotos). Y me dijeron que podía hacer un adelanto acá. Pero no sé hacer adelantos. Así que hice algo así como un trailer, inspirado en uno de los trailers de Femme Fatale de Brian De Palma, que era un compilado de imágenes de la película a toda velocidad (aunque a veces se frenaran un poco), un juego en el que la película simulaba exhibirse toda ante nosotros, en una llamativa y contundente compresión. A partir de ese ejemplo hice esto, y entonces aquí tienen el primer tercio del libro reducido a poco menos del 8% de su extensión, con fragmentos de diversos capítulos, desde el primero al décimosexto, en el orden del libro. Se podría decir que en esta columna está todo el primer tercio de Buenos Aires sin mapa. Claro, todo menos lo que no está y que sí está en el libro. Y aquí tienen también tres fotos, es decir todas. Claro, todas menos las otras 122 que están en el libro y que acá no están. Parece que todo es mentira, ya desde el título del libro (porque no se puede vivir sin mapas). Y desde la mención a Brian De Palma, ese gran artista de la mentira.

En la memoria quedan cosas, incluso unas cuantas que para qué. Pero quedan. Por ejemplo la publicidad de Impulse, en la que un hombre se bajaba de un taxi al que recién había subido y le regalaba flores a una mujer que no conocía y que recién había bajado del vehículo. “Si alguien que no conocés de repente te regala flores… eso es Impulse”.

Terminó hace poco más de una semana la edición número 23 del BAFICI. O, como me gusta decirle a mí, la vigésimo tercera edición del BAFICI. Dirijo el festival desde la edición 2016, la décimo octava, y todos los años han sido especiales por diversos motivos: el principal, claro, es el hecho de… dirigir el festival de cine de la ciudad en donde vivo. Una de las ediciones -la de 2020- estaba lista y se canceló. Y la edición 2021 tuvo las limitaciones de sus tiempos y ánimos alterados… funciones y sedes separadas, espectadores separados, ausencia de invitados extranjeros y casi nada de las interacciones habituales de los festivales. Pero se sintió como una proeza y las películas pudieron estrenarse con público y con el marco de un festival.